Batallón Disciplinario de Cabrerizas. Villacisneros 1957-58.

Todo lo referente al conflicto contra el Ejército de Liberación conocido como Ifni-Sahara
Carlos del Campo
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Este capítulo va en honor de José Hernández Murcia que hizo la mili en este emplazamiento...

EL AARGUB

Desde la plaza de El Aargub y contorneando la costa, en la parte que daba al interior de la bahía, se montaba todas las noches una patrulla que, sobre jeeps, llegaba hasta el istmo y cuya misión consistía en reconocer y, en caso de que existiera supuesto enemigo, disparar una bengala blanca y retirarse a El Aargub; con ello nos pondrían sobre aviso a las fuerzas situadas al otro lado del istmo y la sorpresa, caso que se preparase, quedaría abortada. Pues bien, el día veinticuatro, Noche Buena, el día en que se celebra el nacimiento de Dios nuestro Señor, fue la elegida como principio de las andanzas de los rebeldes por aquellos sectores, hasta entonces, libres de escaramuzas.

Encontrándose la patrulla cerca del istmo, en uno de sus altos, fueron sorprendidos al ser apedreados sin que pudieran ver de quién ni de donde procedía la agresión; posiblemente con esta acción pretendieran separar a la patrulla que trataría de localizarles y que, de esta manera facilitaría un ataque al estar desplegada su fuerza. Vano empeño, las fuerzas de la patrulla se agruparon y decidieron regresar para avisar de lo ocurrido, no sin antes lanzar su bengala blanca con lo que los que estábamos al otro lado del istmo nos pusimos en situación de alarma, consiguiendo su misión principal.

Tras estos incidentes, y por suponer que habría rebeldes merodeando por aquella zona, las medidas de vigilancia se extremaron y, especialmente en El Aargub, se permanecía con cien ojos siempre alerta ante cualquier contingencia.

Como explicación a los hechos que después ocurrieron, conviene comentar que, con la guarnición de españoles en El Aargub, también se encontraban algunos indígenas nativos al servicio de la Presidencia del Gobierno; estos eran los Áscaris, indígenas que adeptos aun a España, efectuaban su servicio aunque siempre vigilados por haberse dado ya casos de deserción de todos los que se encontraban en los destacamentos del interior y que ponía de manifiesto el riesgo que se corría al confiar en ellos.

El día uno de enero, desertaron unos indígenas de esta fuerza y esto, si bien se tuvo en cuenta, sirvió para que, conocedores que eran del interior de El Aargub y de su dispositivo de defensa, se prestaran a servir de guías a las fuerzas rebeldes que se encontraban por los alrededores.
Estos desertores en la noche del día tres, se introdujeron con efectivos de estas fuerzas en el interior del destacamento con el ánimo de hacerse con la plaza por sorpresa. Al ser descubiertos y dárseles el alto, dijeron ser la patrulla indígena pero, al no ser muy clara y decidida su contestación y notarse un deseo de proseguir y además con un volumen de fuerzas nada normal en una patrulla, se dio la voz de alarma pero cuando ya estaban dentro del recinto defensivo, llegando a ocupar un puesto de escuadra de fusil ametrallador cuyo personal dormía fuera de la línea de trinchera; al sonar los primeros tiros salieron a ocupar sus puestos, siendo recibidos por el enemigo que les hicieron dos muertos, tres heridos y se les llevaron el fusil ametrallador y dos mosquetones.

De esta manera fue como el Batallón disciplinario Cabrerizas, inmolaba sus primeros soldados, que no serían los últimos, en defensa de la Patria en tierras del África Occidental Española.

Al día siguiente de estos sucesos partieron para reforzar la posición dos secciones de la 2ª Compañía y la Compañía de ametralladoras y Morteros que entraron en línea juntamente con la 1ª Compañía allí destacada. También, tan pronto como las primeras luces del día lo permitieron, despegaron dos Junkers con personal del Batallón Castilla y Oficiales de las Fuerzas de Policía Nómada de la Presidencia del Gobierno, quienes se dispusieron a dar la réplica a las fuerzas rebeldes que la noche anterior habían atacado El Aargub.

Animados del deseo de vengar a sus compañeros del Cabrerizas, avanzaron tras la supuesta huida de los rebeldes, desoyendo los consejos de los veteranos de la Policía Nómada, más conocedores de la psicología de estos saharauis y que se dieron cuenta de que, lo que éstos pretendían, era atraerles a su terreno.

Una vez en tierra, se dirigieron a las estribaciones del Aguerguer –nervio montañoso que separa la región del Río de Oro del resto del desierto- allí les esperaban los rebeldes, quienes les dieron batalla, causando a estas fuerzas cinco muertos e innumerables heridos y sin que se viera resultado fructífero de esta expedición que terminó en un fracaso total, abandonando sus muertos así como armamento calzado y ropa pues, como se pudo comprobar días después cuando se envió una expedición a recuperar los cadáveres, se encontró a estos sin el armamento, desnudos y descalzos y algunos medio comidos por las hienas, pudiéndose comprobar los funestos resultados de tan nefasta escaramuza.
En la población de Villa Cisneros produjo la natural consternación y en el cementerio de la plaza, fueron enterrados los pobres soldados que tuvieron la dudosa suerte de ser los primeros en rendir tributo con sus vidas a la causa de España en tierras del desierto.

Aquello sirvió de aviso. Ya no se descuidó la vigilancia y las fuerzas dormían, en sus posiciones, arma al brazo para evitar otras posibles intentonas de los rebeldes. En continua zozobra y con los nervios a flor de piel, se vivieron los días siguientes ya que, constantemente, por las noches se producían falsas alarmas formándose tiroteos que complementados por fuego de morteros, hubieran dado al traste con las existencias de munición, de no haberse tomado medidas para acabar con aquella insostenible situación.

Días después, las fuerzas del Batallón destacadas en El Aargub, fueron relevadas por las del Batallón Castilla, conociendo, a través de los que los padecieron, los hechos relatados y que ocurrieron en aquella posición en los días del veinticuatro de diciembre al cinco de enero, narrados por los testigos presenciales y por los protagonistas del episodio sangriento.


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Carlos del Campo
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EL ISTMO

Mucho se habló, pues eran tema central de conversación en todas nuestras reuniones, de las operaciones que se presentían próximas. Al aeródromo de Villa Cisneros llegaron los aviones que ayudarían, con sus colaboraciones, a las columnas que operaran.

Días antes, la 9ª Bandera de la Legión llegó a Villa Cisneros conviviendo con nosotros unos días hasta que se ordenó su marcha para el sector norte, desde donde se movería en dirección sur al encuentro de nuestra columna que lo haría en dirección norte.

Por fin se dio la orden de salir y la Unidad, convenientemente preparada y con una excelente moral por parte de sus componentes, se organizó de la siguiente manera: la 1ª y la 3ª compañías partirían escoltando al convoy de vehículos que tenía que cruzar el istmo y se reuniría en El Aargub con el resto del Batallón que cruzaría por el agua, atravesando la bahía y desembarcando en aquellas instalaciones.

Apenas llegados a la orilla de aquella especie de ría que era el istmo, una vez reunido el convoy, se empezó el paso. Un pelotón de reconocimiento, mandado por el Teniente López-Viota y compuesto por los valientes voluntarios de Cabo Bojador, marchaba delante en previsión de una sorpresa del otro lado del istmo por parte de los rebeldes que, indudablemente si se lo hubieran propuesto, jamás habríamos logrado cruzar aquella extensión so pena de innumerables bajas; pero, gracias a Dios, la falta de medios por su parte para desplazarse rápidamente o su falta de previsión, hizo que, el Pelotón de Reconocimiento, progresara con la rapidez que pudo pero sin obstáculo bélico de ninguna clase.
Así fue como, una vez comprobada la ausencia de enemigo, el personal de este Pelotón, pie a tierra, ayudó a los Jeeps a entrar en los arenales; tal era la fluidez de la arena en aquellas rampas que los vehículos, verdaderos jinetes del desierto, patinaban una y otra vez y con sus ruedas girando en baldío, se deslizaban por aquella pendiente como si de una pista de nieve se tratara.

Recuerdo un caso cómico, que aun me hace reír como entonces nos hizo reír a todos. Ocurrió cuando dos de aquellos valientes que empujaban un vehículo y que, en su ardor de empuje, no se dieron cuenta de que el vehículo empezaba a deslizarse, siguiendo aferrados a él y, cuando éste adquirió una velocidad de vértigo por la rampa, les pareció ya tarde para soltarlo, corriendo como posesos agarrados al Jeep al que los frenos no servían de nada por lo que nada podía hacerse para detenerlo. Uno de ellos, ante la imposibilidad de seguir corriendo a aquella velocidad, soltó sus manos del vehículo, siguiendo, por inercia casi a la misma velocidad hasta que cayó entre una nube de arena. El otro, al ver el panorama de su compañero dando volteretas a su lado, a una velocidad in crescendo según rodaba por la pendiente, optó por no soltarse y había que ver la velocidad de sus piernas que a veces no ponía en el suelo y las grotescas posturas que nos hacían retorcer de risa a los que desde la orilla, presenciábamos este principio de travesía.

Pese al susto que, sin duda, se llevó este muchacho y las volteretas sufridas por su compañero, afortunadamente sin consecuencias por lo blando del terreno, fue de agradecer este comienzo bajo tan buenos auspicios y tan rico en accidentes humorísticos protagonizados por aquellos soldados que tantas y tantas pruebas de coraje habrían de dar en el transcurso de aquella travesía y los titánicos esfuerzos que realizaron para llevarla a feliz término.

Uno tras otro los vehículos fueron penetrando en el istmo, los primeros pronto se hundieron en las arenas. Conociendo las características de aquel terreno, se dio orden de que ningún vehículo se parase en ayuda de otro, siendo absolutamente necesario que, el que pudiese progresar, lo hiciese sin tener en cuenta el orden inicial de marcha.

Con este principio, los camiones que se quedaban atascados, eran rebasados por los otros que, más afortunados por el momento, pasaban de largo.

Pronto, casi en su totalidad, estaban parados en las arenas y entonces fue cuando se vio lo que da de si el soldado español cuando, animado de moral, emprende una empresa. La mayoría con el fin de conservar las alpargatas se las quitaban y atadas por los cordones se las colocaban sobre el hombro, de esta manera y con los pantalones remangados por encima de las rodillas, incluso alguno desprovisto de ellos, acercaban los hombros al coche para, en una suma de esfuerzos, sacarlo del atolladero; de esta manera, aquel vehículo caminaba unos metros para de nuevo volver a hundirse hasta más arriba del eje de las ruedas quedando, a veces, reposando el chasis directamente sobre la arena; entonces, con esfuerzos sobrehumanos y armados con palas, ahuecaban la arena debajo de las ruedas para colocar las tablas de los banquillos de los camiones para que hicieran firme el apoyo; cuando a veces ni esto era suficiente porque el vehículo patinaba sobre las tablas o incluso llegaba a partirlas, armados de un estoicismo digno de la causa que les impelía a trabajar de aquella manera, bajaban la impedimenta de los vehículos para, una vez sacados del atasco volverlos a cargar para, unos metros más allá y nuevamente embarrancados, repetir la maniobra. Cuando ni aun descargados salían del atasco, colocaban sus mantas sobre las tablas y de esta manera, con lentitud pero con firmeza, salpicando el intenso trabajo con chanzas humorísticas, fueron sacando, uno a uno, los camiones, los jeeps y los radio comandos sobre vehículos de un peso más que regular.

Así, mientras pasábamos la primera parte del istmo, el agua cubría gran parte de las arenas; cuando alcanzamos estas zonas, una faja de terreno de más de seis kilómetros, la marea había bajado pero aun quedaban zonas anegadas y en algunos sitios, con el agua a la rodilla, tuvimos que pasar empujando y sacando los vehículos que, una y otra vez, se hundían y con los mismos esfuerzos agravados por la caída de la tarde cuya oscuridad hacía más desagradables.

Con el empeño de salir de allí cuanto antes, no se perdió tiempo en comer y sin beber más que lo indispensable ya que el cupo de dos cantimploras por hombre había que racionarlo al máximo y reservarlo para momentos de verdadera necesidad –ignorábamos lo que nos encontraríamos al otro lado del istmo- todos, soldados oficiales y clases, nos esforzamos y en alardes de entusiasmo y todos a una, pusimos el brío necesario para llevar a cabo aquella obra de titanes.

Y por fin lo conseguimos. Lo que parecía imposible se logró: mojados, llenos de barro, extenuados por el esfuerzo y la sed, hasta el último de los vehículos alcanzó la otra orilla del istmo.
Carlos del Campo
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EL DESIERTO

A las nueve de la mañana, por fin, se inició el movimiento; la columna se formó de la siguiente manera: En cabeza marchaba una patrulla de la Policía, en tres o cuatro Jeeps, mandados por un Capitán, como conocedores del terreno; después e inmediatamente detrás, el Pelotón de Reconocimiento de la Primera Compañía; a continuación el Capitán de la misma con su personal detrás distribuidos como ya expliqué antes, pero sin que a sus Oficiales les faltasen los Jeeps de mando en las secciones.
El siguiente bloque del convoy lo formaban los servicios de Intendencia mandados por su Capitán, excelente muchacho como tendremos ocasión de conocer a través de esta pequeña historia; detrás marchaban tres camiones con las impedimentas del Batallón, autos aljibes con gasolina y agua. A continuación el Mando de la expedición en el que iban: el Jefe supremo de todo aquello, Teniente Coronel, con su Estado Mayor compuesto por un Capitán y el Comandante Jefe de la Policía Nómada como asesor, sin duda el más caracterizado por conocer no solo el terreno sino también la psicología del elemento rebelde, por ser parte de ellos los desertores de su Unidad. Formaban parte del Mando el Teniente Coronel Jefe del Batallón Castilla como segundo Jefe de la columna; el Teniente Coronel Jefe del Batallón de Cabrerizas y por último el Comandante segundo Jefe de nuestro Batallón. Además marchaba con ellos un Capitán de aviación encargado de mantener enlace con los aparatos que habrían de sobrevolarnos para informarnos con antelación de la existencia de enemigo en nuestro camino.

A continuación iban el Capitán de la Compañía de ametralladoras con el Teniente de la Sección de Morteros, pues las primeras habían sido agregadas a las compañías de vanguardia y retaguardia, agregándose a esta última, que era la 3ª, el Teniente Vargas, bravo Oficial que nos acompañaría en todas las marchas con su camión lleno de gente y de máquinas, y con su inmejorable carácter, humorístico en todo momento. A continuación, y siempre detrás, marchaba la 3ª Compañía, colocada orgánicamente con la única diferencia que, como después veremos, cambió el orden de marcha quedando el Pelotón de Reconocimiento de la Compañía en extrema retaguardia en el paso del Aguerguer, adelantándose luego para cubrir los flancos de la columna.

Por último el Jeep del Jefe de la Compañía de Automovilismo y la grúa remolque para el caso de tener que remolcar a algún vehículo que, como se verá, fueron varios.

Con las nueve de la mañana dadas se emprendió la marcha. En un principio con la natural reserva y precaución teniendo en la travesía de la cadena montañosa del Aguerguer, el primer obstáculo serio ya que, dadas las características de aquellas montañas con intrincados desfiladeros y vericuetos, de haber enemigo apostado por sus alturas podrían ocasionarnos serios quebrantos. Esto obligó a avanzar con infinitas precauciones para evitar la sorpresa. Con algún que otro alto mientras las fuerzas de reconocimiento exploraban el camino, se fue poco a poco superando.

El estrecho contacto que debía mantenerse entre toda la columna se perdía pues, los de cabeza querían pasar cuanto antes esta zona y así, cuando algún vehículo se averiaba, tenía que quedarse la 3ª Sección de mi compañía en espera de que arreglase la avería; de esta manera, como la misión de esta Sección era, al mismo tiempo que mantener cubierta la retaguardia, no dejar ningún vehículo abandonado, desde el momento que este enlace con la columna se rompió, me veía obligado a seguir yo –que iba como Jefe de la retaguardia- cubriendo la cola de la columna, dejando a la 3ª Sección y al Pelotón de Reconocimiento detrás. Cada vez que se producía un alto por las cusas señaladas de avería, el Pelotón se establecía en defensiva dando cobertura al vehículo averiado.

Una vez superado el sistema montañoso del Aguerguer, la columna hizo alto en las llanuras existentes al otro lado y esperó a que la retaguardia se uniera al convoy. Al llegar yo a la altura de éste, me preguntó el Teniente Coronel Jefe de la columna si se había quedado algún vehículo averiado, al contestarle que no lo sabía a ciencia cierta, ya que yo, seguía la progresión de la columna y que suponía que, de haberlos, la 3ª Sección los traería, me dijo, en tono desabrido, que yo era el único culpable en caso de que la columna se alargara en su camino y, sobre todo, si algún vehículo se quedaba averiado, yo debía saberlo. Como es fácil comprender, al no tener yo el don de la ubicuidad y no serme posible el dividirme en dos para que, uno, cumpliera las órdenes del Jefe de mi Batallón -que fue el que me dio las primeras respecto al lugar a ocupar como Jefe de la retaguardia- y otro, que pudiera cumplir las que en aquel momento me daba el Jefe de la Columna, opté por callarme y no tratar de disculparme con las primeras órdenes recibidas, formándome el criterio de obrar como me dictase la lógica más elemental. Así pues le dije al Teniente Coronel Jefe de la columna que no se preocupase, que yo llevaría la cola hasta el final del trayecto, fuese donde fuese.

Di la orden al Teniente Vallespín que, siempre que pudiera, continuase pegado al convoy, pudiendo, de esta manera, defender su retaguardia junto con la Sección de Ametralladoras del Teniente Vargas y yo pasé a la cola, cerrando la marcha del convoy ya que, detrás de mi, nada quedaba y de esta manera, enlazado con el Teniente Vallespín, podía en todo momento, por su conducto, informar de lo que pasase, ya que el comunicar con el Mando por radio era imposible, por el incesante parloteo que llevaba todo el camino el Servicio de Transmisiones y el Capitán del Estado Mayor. Me propuse firmemente no alejarme de este principio de cumplir mi misión fuese como fuese y así, cuando el convoy hizo alto definitivamente aquel primer día, pude yo decir al Teniente Coronel Jefe de la columna que ésta estaba reunida, sin otra novedad que las averías sufridas, algunas reparadas y otras como la de un Jeep que tuvo que ser remolcado por la grúa, pero que también estaba allí con nosotros.
Así, el desobedecer la orden del Jefe de Batallón me sirvió para que me felicitase el Jefe de la columna. Inconvenientes de querer todos mandar, pues las órdenes que yo recibiera, nunca debieron venir más que de mi Jefe directo el cual las recibiría de arriba pero esto no se hizo así y fue, una vez más, causa de que, si todo iba sobre ruedas –por razón de ir motorizados- la realidad es que nada funcionaba como debía.

Aquella noche se hizo alto en el Fuch a unos ochenta kilómetros al este de El Aargub. Se dispuso un sistema defensivo en el que, en el centro de un cuadro formado con los camiones con los faros orientados hacia fuera y los servicios de Seguridad entre estos, se situaron las tiendas donde, después de un rancho caliente servido por los Servicios de Intendencia, el resto del personal pudo disfrutar del reposo.

Mi Compañía, gracias a los buenos oficios del Brigada Marqués que, sacrificando lo superfluo –camas- camufló entre la impedimenta unos sacos de patatas y arroz, pudo cenar una magnífica paella con carne y unos, no menos magníficos, filetes con patatas a los que invitamos a los Mandos de la Compañía de ametralladoras. Buen Brigada el amigo Marqués; además se llevó vino y conservas. No todo era malo en la 3ª Compañía.

El día veinte de febrero, una vez que pasó la noche sin más novedad que el intenso frío que nos castigó, sobretodo al amanecer, la columna se puso nuevamente en marcha. Dejando a un lado las depresiones de Taiaret El Hemmer y al otro la de Taiaret Lebuer, la columna prosiguió su marcha.

La seguridad se articulaba con el Pelotón de Reconocimiento dividido en dos flanqueos que, a unos ochocientos metros de la columna y formados por dos Jeeps cada uno, enlazaban con el vehículo del Jefe de la Sección, el Teniente López-Viota, que iba en el centro y detrás del convoy. Los accidentes del terreno eran reconocidos por los ocupantes de los vehículos que desplegados se acercaban a las alturas para, en caso de que hubiese enemigo, batirlo dando tiempo así a la columna para ponerse en defensiva.

De esta manera continuó la marcha siempre en dirección del Fuerte de Ausert situado a ciento ochenta y seis kilómetros de Villa Cisneros. Se dejó a un lado Graret Auchfegt y Semul Teha dirigiéndonos hacia el macizo de Auarac, donde se esperaba, según informes, que estuviera el enemigo. No fue así y nada ocurrió y pudimos continuar sin ningún contratiempo.

De pronto la columna se paró, según supimos después, porque una gran cantidad de nativos se acercaban en nuestra dirección, unos marchaban andando y otros montados en camello. Tomadas todas las precauciones, con las unidades apeadas de los vehículos aprestándose para entrar en combate, la vanguardia tomó contacto con los que se aproximaban, resultando ser tropas senegalesas al servicio de los franceses que, aunque alejados de nuestro eje de progresión, reconocían aquella zona.

Como anécdota notable de aquella etapa, sucedió que, después de comer pasamos revista al personal. Al revisar los bolsos de costado donde la tropa llevaba las granadas de mano PO, nos encontramos con que, con el traqueteo de los vehículos, a muchas de aquellas granadas se les habían salido los seguros de transporte y casi desenvuelto las cintas de los seguros de distancia habiendo llegado en algún caso, incluso a perder éste. Cuando se percataron del peligro que tenían encima, algunos casi mueren de la asfixia pues no se atrevían ni a respirar.


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Como podéis suponer, este capítulo es mucho más extenso pero me limito a exponeros los pasajes más notables aunque dejo algunos no menos interesantes...
Carlos del Campo
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LEGLEIA

El Teniente Coronel Jefe del Batallón, reunió a los Oficiales en su Puesto de Mando y dijo: “Señores, mañana tiene que actuar una Compañía del Batallón en vanguardia y, como no tengo especial interés en que sea una u otra, voy a echarlo a cara o cruz y la suerte se encargará de decidir. Tengo una moneda en la mano, o la 1ª o la 3ª tienen mañana que operar en vanguardia y el combate es feo, el que la suerte señale ese será el encargado de la papeleta”.

Rápidamente le atajé y le dije: “Mi Teniente Coronel, puede usted guardarse la moneda, pues la suerte ya está echada, recabo el honor de ser yo quien mañana opere en vanguardia del Batallón, pues, aunque el Capitán de la 1ª es más antiguo que yo, yo soy más veterano que él y reclamo este derecho”.

Ni que decir tiene que el Capitán de la 1ª no me discutió, y el Teniente Coronel me felicitó, como asimismo los que estaban presentes.
Una vez concretado esto, llamé a mis Oficiales para ponerles al corriente de lo que se esperaba de nosotros al día siguiente, indicándoles que informasen a los soldados de la misión que teníamos y de la oportunidad que se le presentaba a la Compañía.

El Teniente López-Viota y algunos soldados pidieron al Pater que les confesase y, con los ánimos más o menos inquietos se fueron a descansar.

Mientras tanto los últimos vehículos no podían acercarse por causa de un aljibe atascado en la arena. Un puñado de voluntarios se ofreció a sacarlo del atolladero y después pudieron pasar el resto de los camiones entre los cuales estaba el de la impedimenta de la 3ª Compañía; en él venían las dos gacelas que habíamos cazado por la mañana. Una de ellas se la regalamos a la Plana Mayor de Mando y con la otra nos dispusimos a preparar la cena.

Al no tener al alcance el menaje de cocina ni ningún tipo de condimento, le pedí al Cabo "Pepe" que, aunque así llamado, era nuestro guía indígena de la Policía Nómada, que nos la preparase asada a la arena al estilo saharaui y así lo hicieron; después de hacer un hoyo en el suelo y revestirlo con piedras, encendieron una hoguera en él y, mientras ésta ardía y calentaba las piedras, desollaron la gacela y, una vez desprendida de su piel, fue abierta y sin limpiar, ya fuera por economía de agua, por comodidad o por costumbre de ellos, la pusieron en el suelo y abierta en canal como estaba, la pisotearon insistentemente hasta dejarla lo más laminada posible; después separaron las brasas de las piedras y pusieron la gacela sobre éstas, cubriéndola con arena y poniendo encima de nuevo todas las brasas.

Esperamos un rato bastante grande para poder comerla; mientras esperábamos tomamos unos vasos de te, haciendo tiempo para probar aquel suculento bocado. Sobre las dos de la madrugada pudimos comer aquella carne a la que tuvimos que poner sal pues los indígenas no la prueban.

Entre degustar el exótico bocado y algún que otro trago, unas veces de vino y otras de te, fuimos pasando gran parte de la noche hasta que, poco a poco, unos y después otros fueron retirándose a dormir para intentar descansar lo que quedaba de noche.

Me acosté a las cuatro teniendo que operar a las siete y aquella noche fue espantosa, hacía un frío tremendo y tumbado en el suelo tapado con una manta, cuando me empezó a vencer el sueño, el viento me destapó y me quede más helado que un sorbete y tiritando, pero mi temblor no era solo producto del frío, también algo de miedo (por toneladas) y era tan grande, que parecía bailaba el Rok´n Roll.

La preocupación de lo que nos deparase el día siguiente y la gran responsabilidad de conducir a los muchachos de la Compañía a una empresa de cuyas consecuencias y resultados nada se podía prever, no me dejaron conciliar el sueño y cuando ya rendido por éste me estaba quedando dormido, llegó la hora de levantarse y prepararse para salir a la aventura.

Después de ingerir un poco de café puro, nos dispusimos a salir, pues los franceses hacía dos horas que habían empezado a avanzar por las crestas de Legleia. A las siete de la mañana, con el dispositivo dispuesto por mí, la 3ª Compañía empezó el movimiento; la 1ª Sección, al mando del Teniente Vallespín, saldría en punta con el fin de fijar al enemigo y las otras dos, en segundo escalón, para desbordar por los lados una vez que se estableciera el contacto; yo con el personal del Pelotón de Reconocimiento seguiría entre las dos secciones del segundo escalón.

Iniciado el movimiento con su dirección de marcha bien definida, el Teniente Vallespín, a la cabeza de su sección, con una ejemplaridad digna de encomio, marchaba con decisión y sin titubeos hacia delante; las otras dos secciones, el Teniente López-Viota por la derecha y el Teniente Torres por la izquierda, progresaban a mis órdenes.

Pasados los primeros minutos y como la sección de la derecha se desviaba bastante por imposición del terreno, decidí meterme yo con el Pelotón de Reconocimiento, en el hueco que quedaba descubierto entre la sección que marchaba en punta con cierta lentitud y la de la derecha que, con mejor terreno para avanzar, iba adelantándose paulatinamente dejando este hueco que yo decidí cubrir. De este modo llegué a las alturas al mismo tiempo que el Teniente Vallespín, con quien establecí enlace inmediatamente enterándome que habían sido hostilizados por algún que otro elemento enemigo suelto, sin que fuera posible darles caza.

Por su parte, el Teniente López-Viota me comunicó por radio que habían visto a unos rebeldes metidos en una cueva y que se disponía a ir por ellos; le recomendé cuidado y dejé que los acontecimientos siguiesen su curso. Inmediatamente me comunicó que habían dado muerte a un rebelde y herido a otro que se había quedado a medio entrar en la cueva y que además les había cogido una “harbaia” (fusil de cuatro disparos: harba=4, hia= fusil); para poder situarlo, le pedí que lanzara una granada, lo que hizo inmediatamente y así pude mantener enlace por la vista con ellos y saber si progresaban o no.

Mientras tanto, unos nativos de la Policía, se pusieron en contacto con los rebeldes que estaban en la cueva y les conminaron a que se entregasen, que nada les pasaría; estos dijeron que no podían por tener tres muertos y estar heridos. El Teniente Viota decidió entrar y se metió pistola en mano dentro de la cueva sacándolos y haciéndolos prisioneros.

Por fin rebasamos la posición de los rebeldes; eran las nueve de la mañana y la operación se acababa por nuestra parte. Mientras , los franceses aun seguían con su avance, lleno de precauciones, por las alturas de Legleia; pese a que habían empezado dos horas antes que nosotros, les sacamos estas dos horas y aun les dejamos atrás; posteriormente su comentario fue que aquello era la conocida “furia española”. También me enteré por un testigo presencial, el Capitán de Intendencia que, el Teniente Coronel Jefe de la columna, dijo que se propusiera, al Capitán aquel que estaba en lo más alto cuando el avance, para una recompensa y también dijo que, aquel Capitán y el Teniente Coronel Jefe eran el alma del Batallón de Cabrerizas.

Después supe los detalles del combate librado por la Sección del Teniente López-Viota. En él, los corrigendos Benet y Gil, con el Fusil Ametrallador al brazo y haciendo fuego en pie, se jugaron la vida haciendo las bajas a los rebeldes y también con ellos, el Cabo 1º Arrieta hizo derroches de valor consiguiendo la Sección el resultado conocido. Así fueron citados después, junto con el Teniente, por haber sabido cumplir su obligación sin titubeos y con desprecio de la vida.


Sobre este pasaje, mi padre comentó a mi madre, en una carta, lo siguiente:

“Comprenderás que me encontré después de bastantes años a mí mismo, me enorgullezco al decirte que mis soldados me adulan como el mejor y, aunque podríamos llamarlo vanidad, yo te digo la verdad y te comento: Todo es según el color del cristal con que se mira. Yo soy como siempre fui gracias a Dios; miedoso, mucho, pero decidido a dar paso al honor y dignidad militar haciendo caso omiso del miedo; trabajo me cuesta pero vosotros sois los que me animáis y ayudáis. Nunca se podrá hablar en este aspecto nada malo del padre de mis hijos, de eso podéis estar seguros…”.

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Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

En este mapa podéis seguir los movimientos y lugares en que se llevaron a cabo las operaciones...

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Y aquí tenéis unas fotos de los prisioneros...

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Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

EL LASC

El cerco a Legleia terminó casi sin resistencia pues los rebeldes consiguieron exfiltrarse a través de las líneas francesas la noche anterior, y habían conseguido huir.

Gracias a aquella retirada nuestro avance fue posible pues, de haberse hecho fuertes los rebeldes en aquellas alturas, posiblemente muchos de nosotros no lo habríamos contado ya que, a poco que se hubieran defendido, el paso habría sido imposible pues aquellos lugares se prestaban a una magnífica defensa por lo intrincado del terreno.
Finalizada esta operación, estuvimos esperando al coche aljibe para reponer nuestras cantimploras que, en nuestro rápido avance habíamos agotado. La dureza del terreno provocó numerosas bajas por agotamiento y gracias a mi ángel tutelar en aquella ocasión, el Cabo “Pepe” –el mismo que nos preparó la gacela- que me dio un palito asegurándome que me quitaría la sed y que, en efecto, aquel palo, de un sabor amargo intensísimo, hizo que la saliva acudiese en cantidad a mi boca y, quitándome el reseco, me hizo más soportable la falta de agua.

Una vez satisfecha la necesidad del líquido elemento, nos concentramos en Ausert y, sin tiempo para descansar, nos pusimos nuevamente en camino para ganar tiempo al tiempo.

Salimos del Fuerte de Ausert y nos dirigimos hacia el suroeste, llegando a Tisnagaten Beida al atardecer y pasando allí la noche. Cenamos unos fideos y una carne de lata con patatas fritas, todo mezclado y después unos buenos vasos de café que la amabilidad del siempre amigo Capitán de Intendencia, nos facilitó al proporcionarme un kilito de café.

Poco antes de acostarme y por pedírmelo el Teniente López-Viota fui a ver al Teniente Coronel Jefe de la Columna, a rogarle que me dejara quedarme con la "harbaia" tomada a los rebeldes aquella mañana; al preguntarme para que la quería le dije que era para el Teniente López-Viota que la quería como recuerdo y trofeo de su primera acción de armas. Accedió el Teniente Coronel y de esta forma fue como el amigo López-Viota puede enseñar, a estas alturas, la primera arma cogida por él a su primer enemigo actuando como Oficial, actuación que le valió una citación como distinguido y una Cruz Roja como recompensa a esta distinción.

En la mañana del domingo, día veintitrés de febrero, la columna se puso nuevamente en marcha. Con la 1ª Compañía en vanguardia, nos dirigimos hacia el fuerte de Bir Nzaran (Pozo del Nazareno); los nativos y guías áscaris de la Policía Nómada precedían al grueso y en cola quedó la Sección del Brigada Marqués que, por tener problemas con los vehículos, salió más tarde; con ellos se quedó el pelotón de reconocimiento mandado por el Teniente López-Viota. El resto de la fuerza continuó la marcha pues ya no se esperaban encuentros con los rebeldes a los que se consideraba huidos después de que una columna francesa, la misma que actuó con nosotros el día anterior en Legleia, sorprendió a una importante partida de los que escaparon del cerco, aniquilándolos casi en su totalidad.

A poco de ponerse en marcha la fuerza y ya andados unos kilómetros, se averió un camión de los que llevaba la sección del Teniente Vallespín, quedándose éste con el otro para remolcarlo; de esta manera se quedó la Compañía reducida a la sección del Teniente Torres, un pelotón del Brigada Marqués y la sección de Ametralladoras que llevábamos agregada.

Progresaba la columna en dirección a Tennuaca y cerca de este macizo, los policías que iban en cabeza vieron unos camellos de monta lo que hizo suponer que sus jinetes no andarían muy lejos; en efecto, cuando los localizaron les dieron el alto y un Cabo de la Policía les conminó a entregarse; pareció, por un momento, que así lo iban a hacer por lo que, para darles más seguridad, dejó el Cabo su mosquetón en el suelo, avanzando hacia ellos; cuando estaba próximo a ellos, estos abrieron fuego dejándole tan mal herido que falleció al tratar de evacuarlo.

Tras esta escaramuza, los rebeldes se internaron en la depresión del Lasc, haciéndose fuertes junto a otros que por allí estaban apostados.

El frente se estableció atravesado con relación al eje de progresión de la columna. El Pelotón de Reconocimiento de la 1ª Compañía, por ir más adelantado se encontró en el río de arena de la depresión con los vehículos clavados hasta los ejes. Rápidamente la compañía entró en orden de combate para tratar de auxiliar al Pelotón. A mi se me ordenó que cubriera el extremo derecho del frente, por temor a que el enemigo intentara escaparse por allí. Con lo que me quedaba de la Compañía inicié un despliegue con ánimo de entrar en posición; cuando estábamos en ello, se nos ordenó que nos desplazáramos al lado opuesto; cuando nos dirigíamos hacia allí, y sobre la marcha, el Teniente Coronel me dijo que me situase sobre una pequeña loma pelada que se divisaba desde el lugar en que él se encontraba; le entendí perfectamente y, suponiendo que estaría desenfilada pues en caso contrario no me habría mandado sin las naturales precauciones, me lancé sobre ella, sobre todo pensando que, en el momento en que me estableciera en ella, el enemigo tendría que atender a un frente más amplio con lo que dejaría algo más descongestionada a la 1ª Compañía.

Con tal idea, me lance hacia la loma y tan pronto como mi jeep descrestó, fui recibido con una verdadera lluvia de tiros; rápidamente, el conductor paró el vehículo tirándonos inmediatamente al suelo. A voces y gesticulando con los brazos, pude hacer que se detuviesen los camiones que transportaban al personal porque, si hubieran llegado a descrestar aquello habría sido una auténtica carnicería; a pesar de todo, uno de los camiones llegó a descrestar, siendo blanco del fuego rebelde que le destrozó el parabrisas y el radiador cuyo líquido refrigerante producía, al escaparse, un gemido como el de un ser humano en agonía. El conductor saltó rápidamente a tierra protegiéndose detrás de él agachado junto a una de las ruedas traseras, un impacto atravesó el neumático alcanzándole en la frente y produciendo la muerte al pobre muchacho en el acto; el resto del personal se cubrió como pudo en los alrededores del camión y los demás, que no llegaron a descrestar, lo hicieron en la pendiente.

En aquella ocasión bien puedo decir que nací; mientras daba las órdenes para que la gente se pusiera a cubierto, recibí dos tiros en el tabardo que lo destrozaron y me obligaron a desprenderme de él y, cuando me lo quité, a algún rebelde debí caerle antipático, pues siguieron haciéndome fuego y, de manera milagrosa, escapé pues me hicieron tres agujeros más en el jersey convirtiéndolo en prenda de verano por los calados, saliendo yo ileso en aquel momento.

Después de este arriesgado pero afortunado episodio, me tiré al suelo al lado del jeep y, alcanzando la radio del vehículo, me puse en contacto con el Mando para informar de lo acaecido y solicitar el envío de la sección del Teniente Vallespín que acababa de llegar al convoy; a esta petición contestaron que no podían mandármela por ser necesaria para la seguridad de la columna. En esta situación estábamos cuando el Teniente Vargas, saliendo de la desenfilada, se vino a donde yo estaba; como le censurara su actitud, me respondió que no estaba dispuesto a que me quedara yo allí solo y que por eso venía -¡bravo Oficial, que buen detalle..!- y desde allí trataba de arrastrar a su gente hacia delante para que entrasen en posición con sus armas y proteger el avance de la sección del Teniente Torres que no conseguía despegarse del suelo. Varias veces le ordené que avanzase pero, ante su inactividad, decidí hacerlo yo personalmente, retrocedí como pude y, una vez allí conseguí que se lanzaran; el Teniente, pasados lo primeros momentos de estupor, reacciono enérgicamente y sacudiéndose el temor avanzó con la Sección hasta entrar en posición a mi lado, por la izquierda; al mismo tiempo, las máquinas de la Sección de Ametralladoras también avanzaron, protegiendo con su fuego los desplazamientos de los soldados de la sección.

...//...

Como desde donde yo me encontraba dominaba la posible salida de los rebeldes, me di cuenta que se corrían hacia detrás de nosotros, por lo que insistí para que se me dejara entrar en la conversación y cuando, después de porfiar, conseguí que se me escuchara, comuniqué lo que estaba ocurriendo y pedí nuevamente el envío de la Sección del Teniente Vallespín quien, entrando por el extremo de la izquierda, les cortaría la fuga y posiblemente haría que se entregasen sin remedio, el Comandante no consideró oportuno mandarme la sección, por lo que perdimos la oportunidad de aniquilarles.

Como no tenía más que una sección pues las otras estaban de escolta con el convoy, entré en fuego con ella, adelantando al Capitán de la 1ª y sin tener nada más que un herido y a mi lado otro. Cuando me disponía a subirlo a un camión, un disparo enemigo rebotó y me alcanzó en la pierna izquierda, haciéndome un rasguño sin importancia y negándome, por tres veces, a ser evacuado, siendo el único Oficial herido y teniendo al más cercano a mi, a ochenta metros por detrás.

Únicamente tuve tres bajas, bueno dos porque yo no me cuento. La Primera tuvo cuatro muertos y quince heridos. Causó ocho bajas al enemigo, nosotros con una sola sección seis y controlando la situación pues aunque tenía el peligro de ser envuelto, lo evité destacando un pelotón a mi izquierda.
Con aquella operación terminó la ofensiva realizada en aquella zona y aunque con posterioridad se produjeron algunas escaramuzas, éstas fueron menores, retornando la paz a aquellos parajes.
Después de finalizadas las operaciones, el Batallón se dirigió al Fuerte de Ausert donde quedamos a la espera de nuevas órdenes.


La versión que mi padre escribió a mi madre fue la siguiente...

“Responde todo a mi ideal, soldados y oficiales, y mientras la 1ª Compañía tuvo cuatro muertos y quince heridos, la mía en dos combates duros tuvo tres heridos (y uno de ellos el Capitán). Esto prueba lo que siempre dije, siendo todos buenos, la 3ª es la mejor.

…Francamente no dudo que hablen del Batallón, pues de todo lo que hubo por aquí le tocó la papeleta más dura, pero puedes creerme si te digo que no fue nada. Cualquier escaramuza de la guerra de España fue peor y es fácil de imaginar ya que ellos no tenían más armas que las célebres “harbaias” (llamadas así de “harba”, cuatro, “ias”, balas) y nosotros teníamos morteros, aviación, ametralladoras, etc., etc. Y lo único fue la sorpresa pero cuando empezó en serio, nuestra progresión fue rápida.

Te diré que a la 1ª Compañía le hicieron tantas bajas, dieciocho o veinte, por imprudencia del Capitán al mandar a la gente tirar para adelante sin antes ver de manera personal como estaba el “fregao”: Ya te contaré y comprenderás muchas cosas que nadie que no estuviera puede decirlas.

El mismo Teniente Coronel me preguntó por mis bajas y le dije que solamente un soldado herido que cayó a mi lado y me dijo: “¡y usted…!”; yo le dije que yo no tenía nada y me dijo: “eso es el médico quien tiene que decirlo” y como yo le dije que continuaba con la Compañía el me amenazó con arrestarme si no iba al médico, de manera que fui y éste enseguida me hizo la ficha de evacuación. Entonces le dije: “dile al Teniente Coronel que me niego a ser evacuado aunque me arreste…”, y el resultado fue que no me evacué ni me arrestaron ¿y tú sabes en quién pensaba al hacer esto? Pues pensaba en ti y en que aplaudirías mi forma de obrar.

Y volviendo al principio, cuando le dije que solamente un soldado y que, con una sola sección, se había cubierto el objetivo, me dijo: “Está bien. Así se hace”. Como puedes figurarte esto para mí supone mucho.

Y ahora voy a explicarte algo que saco en claro de todo esto. ¿Tú sabes por qué no hubo “evacuación”? Pues muy sencillo, por tener cubierto el “objetivo” y no por estreñimiento pues el miedo suelta la tripa… ¿Qué te parece…?

El día que vea al General Gotarredona pienso explicarle como hice las operaciones que me señalaron y veremos que me dice; a él le gustará y a mí también, pues tengo la certeza de que si me mandan las dos secciones que me faltaron el día de mi herida, no se escapa ni uno lo que habría supuesto un éxito total para la Compañía.

La cuestión es que todavía no entiendo por qué, cuando le pedí al Comandante que me mandara la sección del Teniente Vallespín, fue y la mandó por el sitio opuesto, pues resulta que por allí estaba la 1ª Compañía más una sección de ametralladoras y un pelotón de la Policía Nómada total ciento ochenta y nueve hombres; mientras que yo, por el otro extremo, solamente tenía una sección y una ametralladora, total cuarenta y siete hombres.

Cuando terminó el combate, el Comandante mandó reconocer el sector de la 1ª Compañía, negándose a que se reconociera mi sector por lo que tuve que exigir que así se hiciera, contabilizándose en mi zona ocho rebeldes muertos y señales de heridos por la sangre, mientras en la de la 1ª Compañía se contabilizaron seis muertos.

Ahora puedes explicarte la actitud del Comandante que en pleno jaleo fue a mi sector y se encontró al Teniente Torres desplegado con su sección y le dice: ¿Dónde está el Capitán…? Contestándole Torres: “Está ahí adelante, a unos cien metros…”; respondiendo el Comandante: “¡cualquiera va ahí…! Y dando media vuelta se retiró rápidamente lo que provocó la risa de los soldados. ¡Y menudos comentarios se oyeron luego!”

“…El batallón llamado “El Heroico” volverá (si es que no lo dejan por aquí) cargado de laureles y Dios debiera querer que así fuera para que tú, mi vida, me pudieras salir a recibir. Espero que Dios no nos prive de esta satisfacción… de momento no sé si quedará la Compañía destacada en este Fuerte pero, desde luego, puedes estar tranquila ya que esto se ha desmoronado y se entregan partidas de rebeldes casi continuamente.

Una vez más me siento orgulloso pues mi herida no fue ni es nada y, si de Teniente di mi sangre por España, también de Capitán la di y, cumpliendo con dignidad y honor, me encuentro sano y salvo, con mis Oficiales completos y valientes y mi gente realmente bien salvo las dos bajas y que fueron heridos. En resumen, tengo una alegría muy grande únicamente ensombrecida por vuestra ausencia…”


...//...
Carlos del Campo
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Después de los enfrentamientos, el Batallón de Cabrerizas sufrió unos ajustes y distribución en sus unidades.

Parte de la 3ª Compañía mandada por mi padre fue designada para ocupar un puesto en el desierto situado al norte de la zona donde se produjeron los enfrentamientos con los rebeldes. De su estancia en ese enclave, mi padre escribió poco en sus anotaciones así que el siguiente capítulo se basa en su mayor parte en el contenido de las cartas que nos escribió...

BIR NZARAN

Desde el Fuerte de Ausert nos dirigimos al Fortín de Bir Nzaran. Este Fortín se encuentra a unos ciento veinte kilómetros de Villa Cisneros; es una construcción cuadrangular de mampostería con su muralla almenada que da cobijo a las distintas dependencias que lo componen.

Por el frente, un arco da entrada al patio. A la izquierda se encuentra el Cuerpo de Guardia, a continuación, siguiendo las construcciones que hay pegadas al muro de la izquierda, está el Botiquín. Ya enfrente y sin solución de continuidad está la edificación principal que consiste en un bloque de dependencias con un hall de entrada que da acceso en el lado de la izquierda a los dormitorios de los Oficiales, enfrente dos retretes y a la derecha el dormitorio de los Oficiales de la Policía Indígena y el comedor. Saliendo de nuevo al patio y pegados al muro de la derecha están la cocina, víveres y la oficina de los funcionarios de la administración del Gobierno.

Ya en el exterior, una alambrada asegura la defensa próxima de esta edificación. Algo separados están la cocina de tropa y un horno de pan.
Una nueva alambrada protege a todo el conjunto y fuera de este perímetro está el campamento de la tropa y algunas jaimas de nativos.

En los primeros días, con todo el Batallón allí, las instalaciones eran insuficientes y la comodidad, si es que así podía llamarse, brillaba por su ausencia. Cuando por fin se comprobó que los nativos se habían apaciguado y que los realmente conflictivos habían regresado al norte, se decidió organizar la protección de los distintos destacamentos de una manera más adecuada a la situación.

El Teniente Coronel volvió a Villa Cisneros; el Comandante fue destinado a Guelta-Zemmur, un puesto internacional a quinientos kilómetros de Villa Cisneros; la 2ª Compañía se quedó en el Fuerte de Ausert; la 1ª se dividió entre la 2ª y la 3ª; el Capitán de Intendencia también se fue con sus Tenientes a Villa Cisneros y el Teniente Torres de mi Compañía fue a hacerse cargo del depósito de víveres también a Villa Cisneros.

En Bir Nzaran quedamos, el Médico, el Pater, los Tenientes López-Viota y Vallespín y, de jefe del destacamento, el Capitán Del Campo. De fuerza, dos secciones de mi Compañía –la tercera la mandaron a Tichla, al mando del Teniente Vida- un pelotón de Ametralladoras y otro de Morteros, total unos ciento cincuenta hombres, más el Destacamento de la Policía Indígena, unos treinta y cinco entre nativos y españoles, mandados por un Teniente.

Poco hay para hacer en este destacamento y, una vez organizados y con la seguridad montada, nos dedicamos a organizar partidas de caza.


En una de sus cartas, mi padre nos contaba una de esas cacerías...

“…Ayer domingo, día nueve, decidí salir de caza para suministrar carne al Batallón. Pese a las consabidas burlas de “los” de siempre y de los comentarios de los de la Policía Indígena que consideran privativo de los nativos cazar desde los jeeps lanzados entre baches y pendientes a setenta u ochenta kilómetros por hora, mandé preparar dos jeeps: en el primero iba yo (el burro delante…), el guía nativo y el Sargento Piñeiro de mi Compañía y en el otro, el cura, el conductor y una escolta con un fusil ametrallador por si nos encontrábamos rebeldes; también se agregaron el Teniente Vallespín y un Cabo 1º, aficionado a la caza, que me rogó que le llevara. Total once personas. Explico detalladamente el personal para que sepáis cómo se organizan estas batidas y para el comentario final de la hazaña.

A las once de la mañana nos pusimos en camino llevando yo un fusil de tropa para llevar los mismos medios que los especialistas de por aquí. A los quince kilómetros nos salieron dos gacelas, el jeep salió disparado tras ellas. No podéis imaginaros lo emocionante que resulta; con la majestuosidad que corren y saltan estos animales, parece que botan en el suelo con sus patas totalmente estiradas, a setenta por hora no es posible alcanzarlas y cuando, después de diez kilómetros, se empiezan a cansar, es cuando el jeep se puede acercar a ellas pero nunca a menos de sesenta o setenta metros.

El nativo, cuando las tuvo a esta distancia, disparó sobre una matándola y diciéndome muy sonriente: “Tu Capitán aprender como tirar gacela, ahora estar lejos, no poder tú tirar”, esto me molestó pese a la simpatía con que lo dijo y le contesté (de farol): “Capitán sabe más que tú, ahora que estar más lejos gacela, “visor” como tirar”. Apunté disparé y, ¡Oh gran Dios…!, Cayó a cien metros con un magnífico tiro en la cabeza, lugar donde es casi imposible darles ya que corren delante y solamente se les ve el blanco del solar del rabo. Ya podéis suponeros la ovación recibida ¡como a un torero!. Pero la cosa no terminó aquí, poco después salieron otras dos con su cría; no podéis imaginar el instinto de estos animales cruzándose por detrás de la cría que corría como un rayo; no se veía el momento de acercarse y el nativo decía: “espera Capitán, espera”; me canse de esperar, me puse de pie, hice fuego y una gacela cayó muerta, automáticamente disparé sobre la otra, sonando tres tiros y cayendo también; cuando las recogimos esta última llevaba tres tiros, uno del nativo, otro del Teniente Vallespín y otro mío; los tres tiros que sonaron hicieron blanco. El guía nativo me miraba muy sonriente, como ya habréis sumado iban cuatro gacelas: una el nativo, dos yo y una cuarta entre los tres.

Seguimos con la cacería y al poco salieron otras dos, de nuevo hice fuego y cayó otra gacela más. Por no ser pesado os diré que se cazaron catorce gacelas y de ellas diez las maté yo, además de una avutarda gigante (como una gallina) a la que acerté a unos ciento cincuenta metros y que dio lugar a que el nativo dijera, cosa que me gustó y me envaneció precisamente por venir de uno de estos negros, lleno de admiración: “Capitán, tu tirar muy bien yo no visor nadie como tú. Si salir otro día, por Dios, solo tirar tú yo mirar y aprender”.

En resumidas cuentas que volvimos cargados de trofeos y ya podéis suponeros las caras de “esos” de siempre cuando dijeron: “bueno…¿y que tal…?”, y les contesté:”catorce piezas en hora y media de cacería”. No se lo creyeron hasta que no lo vieron y se convencieron después cuando se las comieron. Mandé ocho a la cocina de tropa, tres a los nativos que están acampados en nuestros alrededores y las otras tres a los imperios de Oficiales y Suboficiales.

El Cura, buen amigo mío se llevó la máquina de fotos y, cuando las tenga, ya os mandaré las que me hice con las gacelas cazadas y creo que os gustarán. Tengo el hombro con un cardenal pero, aún así, mañana saldré a cazar avestruces. Ya os contaré y, además, os guardaré unas cuantas plumas de esas grandes y bonitas como recuerdo de estas tierras y si puedo, os mandaré, en un paquete, un huevo de avestruz pero lleno.

Cuando vuelva os llevaré recuerdos de aquí pero serán cosas de ambiente pacífico, pues no me apetecen recuerdos de armas ni botín de guerra…”



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Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

Aquí tenéis una foto de Bir Nzaran...

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Y aquí unas fotos de las cacerías...

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Mi padre en cuclillas a la derecha..

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... el segundo por la izquierda...

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... y tres...
Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

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Dentro del programa fijado para restablecer relaciones con los habitantes de la zona, visitamos la jaima de uno de sus notables. Nos recibieron con gritos y algazara y nos invitaron a tomar té, leche de camella muy fresca (no se como lo hacen con las temperaturas que padecemos) y después nos dieron borrego asado como muestra de acatamiento y sumisión.

Días más tarde salimos de patrulla hacia una zona donde se reunían varias jaimas. Partimos con dos secciones de tropa, aljibe y jeeps y después de cinco horas de marcha, llegamos cerca de las jaimas. Salieron a nuestro encuentro unos cuarenta saharauis jóvenes, montados en camellos y al galope daban gritos y nos saludaban, acompañándonos y dándonos escolta hasta donde estaban los ancianos.

Nos invitaron a comer y nos dieron lo habitual de estas gentes: té, leche y borrego asado. También prepararon unos pinchitos sin sal, preparados con trozos de hígado envueltos en grasa y asados en la arena; si les pusieran especies estarían riquísimos, pero así sin sal ni nada, resultaba imposible comer más de tres o cuatro.

En todas estas invitaciones se ve que están animados de buena voluntad y hartos de guerra y entregan sus armas y prometen no volver a hacerla, afirmando que participaron en la revuelta forzados por los rebeldes. Lo que es cierto es que son mejores los de esta zona y que los rebeldes se fueron para el norte, quedándose aquí los pacíficos.

Después de esta incursión por los ardientes terrenos del desierto, regresamos a las comodidades de nuestro fortín.


A partir de este punto, todo el material que incluya, son fragmentos de las cartas que antes he comentado...

En el siguiente párrafo, mi padre explica las comodidades que disfrutaban en el destacamento...

“…En este momento es la una y media, casi hora de comer y como puedo seguir por la tarde, lo voy a dejar para darme una ducha. Mi ducha es muy particular: con un bidón en la terraza del Fuerte, un agujero en el techo a través del que pasa una goma y un bote de leche, he fabricado una ducha que hace nuestras delicias, aunque, a veces, el agua sale que quema por el sol que la calienta, por eso, mando llenar el bidón en el momento de usar la ducha.

Como no hay luz eléctrica, mandé poner una batería con una bombillita de coche y con una lamparita que me hice, tengo luz cuando oscurece. Durante el día ponen en carga la batería con el motor de la estación de radio y en paz.

Como puedes ver vivo muy bien y no tienes motivos para intranquilizarte. Bebo mucha leche de camella y, como soy el mandamás, todo el mundo me hace la rosca: tengo cuatro chivos regalados para comerlos, mañana me traen un borreguito que pienso educar y llevarme a Melilla para la Compañía y todo esto dentro de una gran tranquilidad”.


En sus cartas, mi padre, expresa sus convicciones y creencias así como la necesidad de su familia...

...“Me alegro de que te haya consolado mi carta en cuanto a las “comodidades” de que disfruto se refiere, pero nunca debió preocuparte la incomodidad, fatigas y necesidades, pues cabe suponer que estas tendrían que surgir como en toda campaña y que yo las soportaría sin problemas por estar tanto física como moralmente preparado, lo que debería tranquilizarte. Comprendo tu preocupación y que únicamente pensabas en el sufrimiento que me causaran.

Vi gente joven a mi lado a quien tuve yo que prestar mis brazos, mi comida y mi agua por poder yo prescindir de ello gracias a Dios que me mantuvo siempre dándome sus brazos (la fuerza que nunca me faltó), su comida (que era alegre resignación) y su agua(que fue en mí un constante deseo de superación).

Así pues, piensa que si todo yo lo ofrecía y Dios lo aceptaba ayudándome, no cabe mayor satisfacción en mí y lo mismo debe ocurrirte a ti, y no merece la pena preocuparse.

No existe mejor maestra que la necesidad (me lo habrás oído muchas veces) y tomando sus enseñanzas, se llega siempre al fin, más o menos cansado, pero se llega y, además, con la satisfacción del triunfo que es el mejor estimulante.

Habrás visto que las únicas quejas mías y el único pesimismo de mis cartas giraban alrededor de lo mismo: el no teneros junto a mí. Pero jamás me quejé de incomodidades, cansancio, hambre ni sed. Yo no tengo más incomodidad que la de no veros, más cansancio que el de no veros, más hambre que la de no veros ni otra sed que la de no veros; teniéndoos junto a mí, desaparecen el pesimismo y las quejas. Sois lo único que me falta y lo demás son gajes del oficio.

El ser militar no es cómodo y esa idea que por desgracia no es criterio unánime, hace pensar que son los militares los únicos que viven ¡si… si!, ¿Es esto verdad? Pues yo soy militar y no vivo, de manera que venga alguien y me lo diga. Pueden pensar que es por temporadas pero ¡caramba!, son temporadas que ya quisiera yo ver pasar al que piense de esta manera.

Total y en resumen, no te preocupes ni sufras por mí nunca; añora como yo mi regreso y deséalo, pero piensa que para mí la vida de campaña no me duele, si bien me apena por separarme de lo que más quiero que sois vosotros, ¿conforme…?”


En el siguiente pasaje cuenta cómo se organiza para mejorar la alimentación de sus soldados en insiste en sus artes cinegéticas...

“… El general dio permiso para que puedan ir los oficiales de las compañías, cada semana uno, a Las Palmas. Yo prometí no dejar la Compañía nunca sola y, además, que cuando saliera de aquí sería para Melilla, así que no pienso ir.

Por otra parte, prohibieron la caza y se sale únicamente cuando es mucha la necesidad y entonces salgo por la mañana y, en dos o tres horas, me vuelvo con quince o veinte gacelas y resuelvo la comida de la tropa. Lo grande del caso es que se me da muy bien esta caza pues a mí me parece sencillo y los nativos y los escoltas que me llevo se admiran. Los nativos (soldados del destacamento del A.O.E.) son famosos tirando pero, modestia aparte, yo debo ser muy bueno pues ellos disparan a cincuenta o sesenta metros y hacen blanco, tantos como yo pero yo les tiro a cien o ciento cincuenta metros y cuando las mato que, sin duda la suerte hace que sea con frecuencia, no te puedes imaginar los saltos y gritos que dan de alegría y todos quieren salir de caza conmigo, con el consiguiente desagrado para los que, cuando piden un guía nativo, tienen que buscarlo.
Muchas veces pienso que, de haber venido destinado aquí en otros tiempos, me hubiera hecho famoso con esta gente tan aficionada a la caza.

Aquí son muy raros los conejos y cuando sale alguno no les tiran con el mosquetón pues dicen que es imposible darles. Pues el otro día salió uno y dije: “le voy a quitar la cabeza…” “¡no Capitán, no tirar, no dar…!” Figúrate la cara de esta gente cuando apunté, tiré y, lo creas o no, dejé el cuerpo y las orejas y de la cabeza ni rastro. Imaginaros que no dieron ni un grito y solo me miraban unos a otros y sus miradas no podían ser más elocuentes y se reían como bobos…

Sé que debería suspender las cacerías pero, aparte la satisfacción cinegética, mi interés es por la alimentación de mis soldados, pues sin este suministro extraordinario, la comida sería un desastre.
Llevo en el destacamento más de un mes y solamente me dejaron en víveres garbanzos, alubias, lentejas, fideos y tocino y ni una patata y claro, me dijeron: “compre usted camello…”. El camello tiene una carne que cansa comer, además de que lo vendían a diez pesetas el kilo. Como tiene mucho hueso y no se puede echar al puchero, pues el precio real sería de unas cuarenta y cinco pesetas el kilo y la gente no comía. Me dediqué entonces a comprar cabras y corderos a catorce pesetas el kilo y que, menos la piel, va todo al puchero y además incrementado con la caza pues resulta que la gente come un primer plato a base de arroz o legumbres y de segundo, carne en abundancia.

Para darle variedad a la preparación, mandé hacer un horno moruno con barro y les doy carne asada en su jugo que se chupan los dedos.

Y la gente encantada y yo tranquilo pues comen mejor que nunca, aunque corriendo el riesgo de que el General se entere de que cazo y me meta un “tubo”, pero llegado el caso, ya le explicaría yo.

Tu fíjate que, comiendo así, ahorro casi trescientas pesetas al día y cuando pasan cinco o seis días, encargo que me traigan en el avión plátanos y vino y cada equis días les sacudo un extraordinario que no puedes hacerte idea.

Ahora en la actualidad tengo un rebaño de unos quince borregos de los que matamos alguno cuando es necesario, de manera que, como puedes ver, aquí no pasa hambre nadie.

Sin embargo en Villa Cisneros les dan de comer alubias con tocino y fideos con tocino y patatas, de primero y segundo plato alternando.

Pienso que si no fuera escrupuloso de conciencia, me habría ganado en este destacamento unas veinte mil pesetas pero, bien sabe Dios, que todo lo que es suyo se lo come el soldado. Ni el Capitán roba ni permite, y vigila estrechamente, que nadie lo haga en este destacamento.”


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Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

En el siguiente fragmento mi padre cuenta como era el clima que disfrutaba por aquellas tierras y que supongo más de uno de los que me leéis habréis conocido...

“…Me dices que hace frío en Melilla y me sonrío pues aquí es al contrario y nunca me pude imaginar que pudiera aguantarse tantísimo calor. Me explico perfectamente por qué son tan negros los saharauis pues, cuando se sale fuera, el sol quema como si recibieras sus rayos a través de una lente; yo salgo poco de la habitación y puse un saco en la ventana y de vez en cuando lo mojo de agua y, según se va echando, se va secando creo que estaremos alrededor de sesenta grados. Si te duchas no necesitas secarte y el sudor es tan copioso que tenemos que tomar sal a puñados pues, de no ser así, no podríamos ni orinar tal es la deshidratación.

Si coges una piedra te quema la mano como si la sacaras de la lumbre. La gente está todo el día metida en unas chabolas que, previendo estos calores, se construyeron con muros de piedra y de techo unas hierbas llamadas “moscobas” que son como juncos.

La uniformidad es imposible, yo ando todo el día con unas “lailas” morunas y un pantalón corto, sin camisa ni nada y, cuando salgo fuera, me tengo que poner camisa ya que el sol quema como si fuera el infierno. A veces sopla “siroco” y entonces, el aire caliente y la arena, se meten por todas las rendijas, produciendo una asfixia que se evita poniendo un trapo mojado en la cara. Desde luego tiemblo al pensar que estamos empezando con el calor y, como esto vaya a más, nos vamos a asar. Ni las moscas salen de día pues el calor las mata y vuelan de noche.

Me he hecho un abanico de plumas de avestruz y para poder dormir me acuesto mojado abanicándome con él y, aún así, amanezco empapado en sudor.

En fin, que me río cuando me hablas de frío. El papel donde te escribo se acaracola con el calor y el papel de fumar se hace como un tubo. Fíjate que el sudor me cae por los cristales de las gafas y tengo que dejar de escribir para limpiarlas…”


Aquí describe una de sus salidas al desierto...

Salimos a las cinco de la mañana y en Tennuaca, a unos ochenta kilómetros del Puesto, dejé el primer camión para que Larbi, un nativo de la Policía Indígena, se dedicara a intercambiar la mercancía por borregos para el Batallón (así justificaba la salida) y yo, con el otro camión y el Jeep, me fui en dirección a un valle que le llaman “de los antílopes”.

Llevaba un guía nativo, un tal Nana y, aquella noche, fuimos a dormir a su jaima. Nada más llegar tomamos té y leche de camella y después nos fuimos de cacería; se vinieron con nosotros dos nativos más y cuando estábamos llegan-do al valle me dijo uno de los nativos: “¡Mira Capitán una gacela parada!”. Estaba a unos doscientos metros, de pie y muy quieta. Paré el Jeep y apunté con mucho cuidado, disparé un solo tiro y calló fulminada. El primer extrañado fui yo y los nativos, dando saltos (como en las películas), me cogían las manos y se las ponían en sus cabezas y uno decía dando voces: “¡Capetán cojunido!”. Yo me partía de risa al ver a aquel pobre diablo diciendo “cojunido” lleno de admiración. Total que yo era el único tirador y a las siete de la tarde, desde las once de la mañana, tenía dieciocho gacelas, cinco avestruces y cuatro antílopes.

Comimos paella, filetes de gacela y bebimos cerveza y té; descansamos un rato y nos volvimos a la jaima de Nana.

Al llegar organicé “fiesta grande” para todos, mandé cocinar algunas gacelas y los avestruces (los antílopes, grandes como burros, los dejé para el Puesto) y allí estuvieron todos los nativos comiendo carne hasta muy tarde y yo estuve con los niños en brazos, algunos negros como el azabache y con los ojos grandes y asustados y sus dientes blancos, blanquísimos que resaltan en sus caras negras como si fueran pinceladas blancas.

Vi, y ahora si es verdad, moras muy guapas y además blancas. Las vi de lejos pues sienten y llevan impuesto un respeto extraordinario; no pueden acercarse al sitio donde esté el Jefe, sin embargo, el sinvergüenza de Hipólito se largaba a ronear como un águila. Únicamente Nana me pidió permiso para “enseñarme” a su mujer y vinieron ella y su hermana; desde luego son muy guapas, se pintan los ojos de negro y la cara de azul con el tinte de la ropa y despiden un intensísimo olor a clavo y especies que tira para atrás.

Llegaron donde estábamos y se sentaron en el suelo y si no le digo a Na-na que se levantaran todavía estarían allí sentadas. Solamente decía señalándome a mi y a su marido: “Nana hermano, tu hermano Nana, tu mi hermano”; yo decía algo que escrito es así: “Ja que bat, margebuch ana frajana” que quiere decir: “Conforme, yo bienvenido yo contento”, y ellas decían riendo como bobas: “Jandulila” (me alegro), después se fueron.
Más tarde vino el Jefe del “Frik” (reunión de jaimas), me ofreció leche de camella y otra vez empezó la cantinela: “la vas oli, la vas anta, la vas o selim” “margebuch ana frajana” que venía a ser algo así como: “Estás bien, yo bien y tu bien gracias a Dios, bienvenido, yo contento”… en fin, que fue memorable y mientras tanto el nativo de la cacería diciendo a todo el que llegaba: “Capetán tira cojunido”.

Me prepararon una “benia” (especie de tienda de campaña) con alfombras y allí plantó Hipólito mi cama y también prepararon otras tiendas para los suboficiales y para los asistentes y, después de tomar té de nuevo, a las doce de la noche me acosté y terminó el día.

Al día siguiente fuimos a recoger el otro camión y no estaba donde lo dejamos así que tuvimos que ir de jaima en jaima buscándolo. En ellas, unas veces parábamos a tomar té y otras solo preguntábamos. En una se empeñaron en matar un camello joven y una cabra y comimos como fieras, nos perfumaron y con apretones de mano y ceremonias nos despidieron y todo aquello me recordaba las películas esas de safaris y cacerías pues, en el interior del desierto, son salvajes completamente.

A otros les regale unas gacelas que todavía quedaban y las prepararon y comieron mientras en las tiendas se oían los gritos estridentes y agudos típicos de las mujeres árabes en los festejos.
Cuando ya nos marchábamos llegó un moro a camello diciendo que, en una jaima, había tres mujeres enfermas muriéndose, que por Dios fuéramos a curarlas. Le dije al Brigada: “Que, ¿vamos?” y como estuvo de acuerdo pues allá fuimos. Una de ellas tenía anginas y el Brigada le puso una inyección de penicilina pero a través de la ropa, atravesando más capas que una cebolla, y le dimos aspirina. Otra tenía fiebre y le dimos piramidón y aspirina y la tercera era una niña a la que el “santón” o “morabo” le tenía cogida la cabeza y rezaba para quitarle el dolor que sentía.

Yo esperé y cuando terminó el “santón” le pregunté por medio de Nana: “¿Te sigue doliendo…?” me dijo que sí y entonces le di una aspirina y le dije: “dentro de un rato estarás bien”. Se la tomó con mucha desconfianza y nos fuimos a tomar té a otra jaima. Al poco salieron riendo y contentas pues se sentían curadas y decían: “Capetán buino mocho”.
Carlos del Campo
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Registrado: 04 Jul 2007 10:57

Mensaje por Carlos del Campo »

Unas fotos de los recorridos...

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Degustando un asado

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Entre saharauis

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Bellezas indígenas

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Jaimas
Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

Una vez relevado de Birn-Nzaran, mi padre regresó a Villa Cisneros donde estuvo algún tiempo más. De su estancia allí, nos contaba sobre la riqueza de aquellas aguas y de su nueva afición a la pesca...

“Yo no fui nunca aficionado a pescar pero el otro día salí con el Teniente Coronel y pesqué un bicho de cuatro kilos y le cogí tal gusto, que al día siguiente salí de nuevo y cogí en un rato siete pescados medianos. Estaba allí el Capitán Madrid del A.O.E. que se dedicaba a la pesca grande, dándole hilo a las piezas hasta cansarlas.

Le pedí un anzuelo grande y como yo solo tenía treinta y cinco metros de hilo de nylon de pescar, se rió y dijo que no podría hacerlo con tan poco hilo pues, al pescado, hay que cansarlo ya que si no, no se le puede sacar del agua. En un descuido le cogí un anzuelo, lo puse y me picó un atún de veinticinco kilos. No puedes figurarte: carrera para el mar…, carrera para la playa…, a la derecha…, a la izquierda… Total que saqué el atún a la playa y, sin saber, batí el récord que lo tenía el General Héctor Vázquez con 18 kilos.

Con esto me envenené y todos los ratos libres los dedico a pescar y tengo en mi haber presas de las grandes: el atún de veinticinco kilos, un tasarte de veinticuatro, dos corvinas de veintisiete cada una, una guitarra de dieciocho e innumerables de los más pequeños seis, siete kilos, etc.

En fin que me gustó esto de pescar mucho más de lo que nunca creí. El otro día y ya con un aparejo de nylon para un esfuerzo de sesenta kilos en tierra, equivalentes a cien kilos en el mar, me fui con un compañero a pescar y me picó un marrajo. Empecé a cansarlo pero cuando quise sujetar y me quedé parado, el tirón que daba, hacía que mis pies parecieran rejas de arado pues los pies se clavaban en la arena lo mismo que si estuviera haciendo esquí acuático. En vista de que me arrastraba o, en caso contrario, perdería el aparejo, decidí no ceder ni un paso más.

Empecé a tirar de él para la orilla y llegó casi a asomar, pero se recuperó y tiró de tal forma que partió el nylon en su unión con el cable de acero que sujeta el anzuelo. Pero cuando lo tenía asomando, vimos que se trataba de un pescado (sin pescar) de por lo menos cuatro metros de largo y probablemente de un peso superior a los trescientos kilos. Total que si lo saco bato todos los récords de Villa Cisneros.”

...//...
Antonio N. Marrero
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Registrado: 27 Jun 2006 09:57

Mensaje por Antonio N. Marrero »

Enhorabuena Carlos por la apasionante serie de relatos que estás trayendo. Ese es precisamente el tipo de relatos que me encanta: sencillos, claros, concisos, sinceros y sin alharacas y florituras. Reflejan fielmente lo que era la vida en ese Sahara recién acabada la guerra.

Por otra parte, las fotos son magníficas. Hubiera sido una lástima que se perdieran. Son historia.

En una de las últimas que has traído, aparece un saharaui provisto de un subfusil. Es idéntico a uno que portaba un soldado en Ifni y que aparece en una imagen que coloqué en la Pág. 44 del foro de Edchera. Observándolas con detalle y comparándolas ambas con una de las páginas web en que aparece armamento (referencias en el citado foro de Edchera) he advertido un error por mi parte en la identificación. Por el aspecto del cañón y las perforaciones circulares de ventilación, no se trata como erróneamente dije de un MP-Erma derivado del MP-35 alemán. En realidad se trata de un MP-28 o quizá una versión española. Este arma deriva del famoso MP-18 de la I Guerra Mundial y empleado por tropas de asalto alemanas. Era un arma bastante peligrosa porque carecía de seguro.

Saludos cordiales, Antonio N. Marrero
Última edición por Antonio N. Marrero el 30 Ago 2007 20:01, editado 1 vez en total.
Carlos del Campo
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Mensaje por Carlos del Campo »

Muchas gracias Antonio por tu aportación sobre el armamento.

Sobre lo que dices de los relatos, ya me queda poco pues no puedo poner el libro entero que consta de 205 páginas y me alegra que las estés considerando interesantes.

Fotos, todavía me quedan algunas para poner aunque en el libro hay muchas más.

Gracias otra vez por tus palabras y un saludo cordial...

Carlos.
Carlos del Campo
Mensajes: 47
Registrado: 04 Jul 2007 10:57

Mensaje por Carlos del Campo »

Aquí tenéis una foto de mi padre con una de sus capturas...

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