Cazadores de liebres.
Publicado: 16 Dic 2011 11:48
Días atrás, el compañero Carim, hacía un llamamiento a los que fuimos miembros de la Territorial, que, con mucha razón, nos acusaba de ser poco participativos y de estar un poco escaqueados y nos pedía que contáramos alguna historia o anécdota que hubiéramos vivido, naturalmente durante nuestra permanencia en el Sahara. Es difícil y a veces complicado, para la mayoría de nosotros, el relatar pequeñas historias y anécdotas, aunque todos tenemos alguna en nuestra memoria; para uno mismo son interesantes, de lo que no estoy tan seguro, es si también lo pueden ser para los demás. Hablo por mi, la poca gracia de la que soy poseedor relatando y escribiendo me hace temer que lo que, para mi y para los que conmigo estaban cuando sucedió, es un bonito y a veces impactante recuerdo, para los demás solo sea una pequeñez sin el mas mínimo interés.
Vaya por delante que no es mi intención el abrir, con el tema que voy a tocar, recientes heridas que, no muchas semanas atrás, fueron motivo de polémica y que, en modo alguno quiero reiniciar.
Como algunos de vosotros ya sabéis, mi destino en la P. T. fue el destacamento de Bu-craa; mi cometido allí fue el de chofer del teniente que lo comandaba; he de confesar que, en ese aspecto, la suerte fue muy benévola conmigo, me sonrió de una manera muy amplia; el hecho de estar situado dentro de lo que era el campamento de los obreros de las minas, nos permitía, a los cuatro que allí estábamos destinados, el disfrutar de las comodidades que los mencionados trabajadores tenían, conocer bien como era el desierto y tener un trato muy directo con los nativos saharauis.
Estuve con dos tenientes, a causa de la marcha del primero de vacaciones, que si no lo recuerdo mal, estas, se llamaban “coloniales” y tenían una duración de cuatro meses (estas vacaciones de los militares profesionales, creo que las hacían una vez cada dos años); el teniente sustituto, personaje peculiar donde los haya y del que no diré su nombre, me hizo pasar momentos muy divertidos a pesar de las grandes broncas y amenazas de enormes arrestos que, por suerte para mi, jamás cumplió. Algunas noches, después de cenar, el teniente me decía:
“Perucho -así es como me llamaron durante toda la mili-, prepara el Land Rover, coge un mosquetón y una caja de munición – que estaba caducada- y me vienes a buscar que nos vamos de cacería.”
Cumplía a raja tabla todo lo que me había ordenado, se subía al todo terreno y los dos juntos nos adentrábamos en la oscuridad de la noche del desierto con la finalidad de encontrar alguna liebre y darle caza; vaya por delante, antes que nadie se alborote, que nunca logramos cazar ninguna. Ciertamente, vimos bastantes pero, de verlas a cogerlas, eso ya es harina de otro costal; con las luces del coche iluminaba a las pobres liebres que se quedaban paradas y totalmente deslumbradas; en ese momento es cuando entraba en juego el Sr. Teniente, sacaba el cañón del mosquetón por la ventana y justo en ese momento comenzaba la tragedia; las luces del vehículo iluminaban al frente y el cañón de la arma salía por la ventana lateral, conclusión:
“Perucho, gira el volante, por el lado no puedo apuntar”
Perucho obediente le daba un giro al volante, pero, que cosas, el haz de luz también se desplazaba y el indefenso animal quedaba perdido en la oscuridad, cuando recuperábamos la posición para volverlo a encañonar el bicho creo que estaba ya cerca de Smara. Entonces era cuando llegaba el gran cabreo y las amenazas de un mes de “pavera”, aquello era como cuando alguien echa magnesia en un vaso de agua, la efervescencia es espectacular pero de muy poca duración y a mi recordado teniente le ocurría exactamente lo mismo, su enfado rápidamente se volatizaba, entonces sacaba su paquete de tabaco, me ofrecía un cigarrillo que yo gustosamente aceptaba y a otra cosa mariposa, aquí no ha pasado nada, era como fumar la pipa de la paz.
Vaya por delante que no es mi intención el abrir, con el tema que voy a tocar, recientes heridas que, no muchas semanas atrás, fueron motivo de polémica y que, en modo alguno quiero reiniciar.
Como algunos de vosotros ya sabéis, mi destino en la P. T. fue el destacamento de Bu-craa; mi cometido allí fue el de chofer del teniente que lo comandaba; he de confesar que, en ese aspecto, la suerte fue muy benévola conmigo, me sonrió de una manera muy amplia; el hecho de estar situado dentro de lo que era el campamento de los obreros de las minas, nos permitía, a los cuatro que allí estábamos destinados, el disfrutar de las comodidades que los mencionados trabajadores tenían, conocer bien como era el desierto y tener un trato muy directo con los nativos saharauis.
Estuve con dos tenientes, a causa de la marcha del primero de vacaciones, que si no lo recuerdo mal, estas, se llamaban “coloniales” y tenían una duración de cuatro meses (estas vacaciones de los militares profesionales, creo que las hacían una vez cada dos años); el teniente sustituto, personaje peculiar donde los haya y del que no diré su nombre, me hizo pasar momentos muy divertidos a pesar de las grandes broncas y amenazas de enormes arrestos que, por suerte para mi, jamás cumplió. Algunas noches, después de cenar, el teniente me decía:
“Perucho -así es como me llamaron durante toda la mili-, prepara el Land Rover, coge un mosquetón y una caja de munición – que estaba caducada- y me vienes a buscar que nos vamos de cacería.”
Cumplía a raja tabla todo lo que me había ordenado, se subía al todo terreno y los dos juntos nos adentrábamos en la oscuridad de la noche del desierto con la finalidad de encontrar alguna liebre y darle caza; vaya por delante, antes que nadie se alborote, que nunca logramos cazar ninguna. Ciertamente, vimos bastantes pero, de verlas a cogerlas, eso ya es harina de otro costal; con las luces del coche iluminaba a las pobres liebres que se quedaban paradas y totalmente deslumbradas; en ese momento es cuando entraba en juego el Sr. Teniente, sacaba el cañón del mosquetón por la ventana y justo en ese momento comenzaba la tragedia; las luces del vehículo iluminaban al frente y el cañón de la arma salía por la ventana lateral, conclusión:
“Perucho, gira el volante, por el lado no puedo apuntar”
Perucho obediente le daba un giro al volante, pero, que cosas, el haz de luz también se desplazaba y el indefenso animal quedaba perdido en la oscuridad, cuando recuperábamos la posición para volverlo a encañonar el bicho creo que estaba ya cerca de Smara. Entonces era cuando llegaba el gran cabreo y las amenazas de un mes de “pavera”, aquello era como cuando alguien echa magnesia en un vaso de agua, la efervescencia es espectacular pero de muy poca duración y a mi recordado teniente le ocurría exactamente lo mismo, su enfado rápidamente se volatizaba, entonces sacaba su paquete de tabaco, me ofrecía un cigarrillo que yo gustosamente aceptaba y a otra cosa mariposa, aquí no ha pasado nada, era como fumar la pipa de la paz.