En Diciembre del 73, salía del cine las Dunas y cuando me dirigía a coger la guagua para regresar al Batallón de Infantería de Cabrerizas vi al otro lado de la calle a una chica de Tarragona con la que había bailado en alguna ocasión, en Tarragona, claro. me quedé como paralizado y no me atreví a abordarla, pensé que era una alucinación producida por la nostalgia de tantos meses separado de mi ciudad, mis amigos/as, mi novia. Por la noche en la litera no paraba de darle vueltas a mi torpe reacción. Para consolarme me auto-convencí de que debía parecerse y no era ella.
Dos días después, un compañero Tarraconense que había regresado de casarse en un breve permiso, me la presentaba: Era su esposa, la cual, para estar con su recién marido, venía a trabajar al Aaiún. A él le destinaron a un cuartel de la ciudad y con pase pernocta solamente debía presentarse por las mañanas, con lo que el resto de la Mili que pasó fue envidiable para los demás.
El caso que relata Albert me recuerda el de un compañero de Unidad, natural de San Sebastian, de apellido Marticorena (creo), que una vez destinado en Red Permanente, entró en una fase de depresión a causa de la separación de su mujer y sobre todo de su pequeña hija, de poco menos de un año. Así que el hombre no se arredró, pidió dinero a su empresa, de la que el era socio o familiar del propietario, no recuerdo bien, y se trajo a su mujer e hija hasta el Aaiun. Alquiló una casa, compartida por otro inquilino, para que le saliera mas barato el precio, y de los mandos obtuvo nada menos que un pase de paisano y otro de pernocta mas un destino de cartero, que le suponía menos de una hora de curro al día. Cierto es que se lo trabajó bien, y que cualquiera hubiera hecho lo mismo de haber podido, pero prácticamente dejamos de verlo salvo cuando venía a hacernos una visita. El amor lo puede todo, eso es lo positivo.
