Recuerdos - 1
Publicado: 19 Abr 2008 16:18
Mis mejores recuerdos del Sahara.
Ya lo digo en el título. Los malos recuerdos los he borrado de mi consciente. Prefiero retener los buenos, los agradables, los de los amigos…
Antes de tener que marchar a la “mili”, yo había intentado de explicar a las personas que en aquel momento mandaban en España, que el ejército español bien podía pasarse sin los servicios de un joven con 23 años, después de haber pedido prórrogas, casado, con un hijo de 2 años y otro que nacería en enero de 1970.
Entre otras personas escribí al presidente de las Cortes, Sr. Iturmendi y al ministro Fraga Iribarne. Ambos me contestaron pero no resolvieron la situación. Por lo visto mi presencia en el Sahara debía ser fundamental para contrarrestar algún contubernio judeo-masónico que podría estar acechando.
En fin, a primeros de septiembre me subí a un tren en Lugo, para un viaje que finalizó en Algeciras. Recuerdo el paso por Madrid y Málaga y algunas otras estaciones donde lo único que ocurría era que subían chicos con el mismo destino que yo.
Desde Algeciras faltaba el trayecto más duro. En la bodega de un barco, revueltos como una piara, hasta llegar al desembarco en los anfibios de Cabeza de Playa.
No voy a relatar la travesía porque muchos lo han vivido; sólo quiero decir que fue el viaje más desagradable y más degradante que hice en mi vida.
Impactante la llegada a un paisaje inhóspito donde nos esperaban para darnos ropa militar, recoger nuestra filiación y cortarnos el pelo al rape.
Así comienza nuestra estancia en el ejército.
Me integro en el equipo que recoge datos de afiliación para al primera compañía del BIR y, al final, allí me quedo como “escribiente”.
En esta compañía, el primer capitán desde mi llegada fue Manuel García Vieyra de Abreu, que conocía su papel, se hacía respetar y era correcto en su trato. L sustituyó otro capitán, apellidado Piñuel. Allí conozco, también desde el primer día a un teniente que acaba de salir de la academia. Se llama Fernando Sancho Sopranis Andujar; militar de vocación; magnífico militar, mejor persona. Finaliza su carrera como Coronel de Estado Mayor. Por su preparación puedo haber llegado perfectamente al generalato, pero ya se sabe que estos cargos con de libre designación, o sea, a dedo.
Recuerdo con afecto a otros militares profesionales y creo que debo señalar, para satisfacción de su familia, a un sargento: Andrés Bodas Muradas. Excelente persona.
Indudablemente, los mayores problemas venían de la mano de aquellos compañeros a quienes habían puesto un galón de cabo primero o de aquellos otros suboficiales, oficiales y jefes que estaban allí en contra de su voluntad; inaguantables; fueron los que hicieron malo al ejército y quienes amargaron la vida a más de un chico.
La verdad es que hay momentos que prefiero no recordar por desagradables, y lo mismo ocurre con algunas personas. Sin embargo, el paso del tiempo suaviza las circunstancias.
Cuando llegué a la primera compañía del BIR nos pusieron en manos de unos auxiliares de instrucción, que, más o menos, recuerdo:
Abreu, Brito y Cabrera, canarios; Suso, gallego (¡que buena persona!); Juan Cobo, de Linares (Jaén); Margüenda y el “Chino”, madrileños, bufffff; Lolo, furriel; Echeverría, “escribiente”, otro bufff.
Y también algunos compañeros de los que no he vuelto a saber, pero que no pierdo la esperanza; Joaquín Arteche (vasco), Mateos Arranz, Ojeda Gutiérrez (granadino), Dueñas (cordobés), Patro Doménech (catalán), José Andrés Ocaña y Arcos Tejada (madrileños)… Mi recuerdo para todos ellos y para otros muchos que no recuerdo en este momento.
II
Ya lo digo en el título. Los malos recuerdos los he borrado de mi consciente. Prefiero retener los buenos, los agradables, los de los amigos…
Antes de tener que marchar a la “mili”, yo había intentado de explicar a las personas que en aquel momento mandaban en España, que el ejército español bien podía pasarse sin los servicios de un joven con 23 años, después de haber pedido prórrogas, casado, con un hijo de 2 años y otro que nacería en enero de 1970.
Entre otras personas escribí al presidente de las Cortes, Sr. Iturmendi y al ministro Fraga Iribarne. Ambos me contestaron pero no resolvieron la situación. Por lo visto mi presencia en el Sahara debía ser fundamental para contrarrestar algún contubernio judeo-masónico que podría estar acechando.
En fin, a primeros de septiembre me subí a un tren en Lugo, para un viaje que finalizó en Algeciras. Recuerdo el paso por Madrid y Málaga y algunas otras estaciones donde lo único que ocurría era que subían chicos con el mismo destino que yo.
Desde Algeciras faltaba el trayecto más duro. En la bodega de un barco, revueltos como una piara, hasta llegar al desembarco en los anfibios de Cabeza de Playa.
No voy a relatar la travesía porque muchos lo han vivido; sólo quiero decir que fue el viaje más desagradable y más degradante que hice en mi vida.
Impactante la llegada a un paisaje inhóspito donde nos esperaban para darnos ropa militar, recoger nuestra filiación y cortarnos el pelo al rape.
Así comienza nuestra estancia en el ejército.
Me integro en el equipo que recoge datos de afiliación para al primera compañía del BIR y, al final, allí me quedo como “escribiente”.
En esta compañía, el primer capitán desde mi llegada fue Manuel García Vieyra de Abreu, que conocía su papel, se hacía respetar y era correcto en su trato. L sustituyó otro capitán, apellidado Piñuel. Allí conozco, también desde el primer día a un teniente que acaba de salir de la academia. Se llama Fernando Sancho Sopranis Andujar; militar de vocación; magnífico militar, mejor persona. Finaliza su carrera como Coronel de Estado Mayor. Por su preparación puedo haber llegado perfectamente al generalato, pero ya se sabe que estos cargos con de libre designación, o sea, a dedo.
Recuerdo con afecto a otros militares profesionales y creo que debo señalar, para satisfacción de su familia, a un sargento: Andrés Bodas Muradas. Excelente persona.
Indudablemente, los mayores problemas venían de la mano de aquellos compañeros a quienes habían puesto un galón de cabo primero o de aquellos otros suboficiales, oficiales y jefes que estaban allí en contra de su voluntad; inaguantables; fueron los que hicieron malo al ejército y quienes amargaron la vida a más de un chico.
La verdad es que hay momentos que prefiero no recordar por desagradables, y lo mismo ocurre con algunas personas. Sin embargo, el paso del tiempo suaviza las circunstancias.
Cuando llegué a la primera compañía del BIR nos pusieron en manos de unos auxiliares de instrucción, que, más o menos, recuerdo:
Abreu, Brito y Cabrera, canarios; Suso, gallego (¡que buena persona!); Juan Cobo, de Linares (Jaén); Margüenda y el “Chino”, madrileños, bufffff; Lolo, furriel; Echeverría, “escribiente”, otro bufff.
Y también algunos compañeros de los que no he vuelto a saber, pero que no pierdo la esperanza; Joaquín Arteche (vasco), Mateos Arranz, Ojeda Gutiérrez (granadino), Dueñas (cordobés), Patro Doménech (catalán), José Andrés Ocaña y Arcos Tejada (madrileños)… Mi recuerdo para todos ellos y para otros muchos que no recuerdo en este momento.
II