MI OTRO VIAJE AL SAHARA (Cuarenta años despúes)
Publicado: 22 Abr 2009 09:49
Esta vez vais a permitir que no sea el Diablo Cojuelo el que ponga aqui su relato, esta vez quiero hacerlo peronalmente, puesto que es a mi a quien ha correspondido el extraño privilegio de haber resgresado al territorio del Sahara cuarenta años despues.
Lo que aqui os relato es un pequeño anticipo del proyecto final que en forma de libro quiero llevar a cabo y que va dedicado a todos los compañeros saharianos que por diversas razones, no pueden tener la oportunidad que a mi se me ha presentado.
Un abrazo.
EL BIR
(Cuarenta años despúes)
“Se acercaba el momento culminante, cerca de la ciudad se encuentra nuestro principal objetivo, nuestro BIR, uno de los motivos, en mi caso creo que el principal, por el que nos íbamos, nos íbamos a meter al cuerpo la friolera de 5000 Kms.
Queríamos verlo con nuestros propios ojos, queríamos comprobar que lo que nos habían contado era verdad, queríamos sentir, oler, escuchar, tocar, queríamos comprobar su degradación, su abandono, su soledad y para ello dimos un rodeo por una carretera nueva que accede a las playas situadas al norte del que fuera nuestro campamento, playas en donde las gentes acomodadas de El Aaiún tiene su segunda residencia.
Ya lo vemos, ya estamos llegando, nuestro corazón se acelera, nuestras piernas flaquean a la hora de descender del coche, ante nosotros una abertura en la tapia nos permite acceder al recinto. Mil sensaciones se agolpan en mi mente, la primera de felicidad, después de 40 años quien me iba a decir que iba a poder estar de nuevo allí, la segunda de amargura, primero por contemplar el estado de las instalaciones, segundo al pensar cuantos de los que aquí estuvieron no tendrán la oportunidad que yo ahora tengo.
La adrenalina empieza a cabalgar desaforadamente, ha llegado el momento de pisar de nuevo aquel lugar, de revivir situaciones pasadas, la mente se traslada a aquel tiempo y pareces esperar que de un momento a otro surja entre las ruinas el auxiliar de turno con su eterna cantinela “tu chaval, ¿se puede saber adonde vas que no estas en la formación?”, pero no es así, nada ni nadie viene a romper el silencio que se fragua alrededor nuestro.
Como si nos hubiéramos puesto previamente de acuerdo, nadie habla, cada uno me imagino que estará atento a sus recuerdos, a sus emociones y un silencio casi religioso nos envuelve. Solamente el ruido de la brisa que nos llega desde la playa levantando la fina arena, arena que lo envuelve todo, que lo atrapa, lo inunda y lo hace desaparecer a nuestros ojos.
Como el patio de armas y las calles entre barracones, todo esta sumergido por el abandono, por la desidia, por el desamparo. Como no recordar ahora las horas y horas en que armados de una caja vacía, nos empleaban en los llamados “servicios de policía”, consistente en no dejar ni un palmo de terreno del recinto sin limpiar.
Por las fotografías y el testimonio de los compañeros que estuvieron de visita en el año 2005, -Viaño, Piqueras, Roig, Blas-, los barracones aunque muy deteriorados, todavía conservaban el recubrimiento de madera exterior, pero ahora ni eso, el grado de degradación, de abandono es tal, que solamente se aprecian los “transistores” que forman sus paredes. Amen del esqueleto metálico sobre el que se asientan. Viejos y herrumbrosos hierros que impúdicamente exhiben al aire su desnudez carcomida por el efecto del agua y el viento.
Con todas las precauciones para no se detectados por la guardia que existe en la entrada, nos internamos entre los barracones abandonados, la cantina nos trae recuerdos inolvidables de tardes de merienda, de botellines de cerveza, de risas, de huevos fritos con patatas, de música en la maquina de discos que allí había, no tenemos por menos que hacernos una fotografía al pie del recordado mostrador.
El compañero Albert Marín tiene la fortuna acercarse al que fuera su barracón y fotografiarse en la que fuera su ventana. Un silencio sepulcral se deja sentir y es en esos momentos cuando entiendo a lo que se refería el compañero Joan Martínez al referirse al antiguo BIR “parece algo fantasmal”, efectivamente tiene algo de fantasmal, de misterioso casi diría que de irreal.
Es cierto que el antiguo campamento parece poblado de fantasmas, fantasmas de los que en su día dejaron aquí lo mejor de su juventud, fantasmas de los que nos han dejado para siempre y no pueden disfrutar de estos momentos de añoranza, fantasmas de tantos y tantos de los que pasaron por sus desvencijadas y abandonadas instalaciones. No se oyen las risas de entonces, no se oyen las órdenes de entonces, solamente el silencio, silencio roto por el batir del viejo y oxidado trozo de hierro que se mueve mecido por la brisa que proviene del cercano Océano.
De esta guisa, emocionados por el momento vivido, frustrados por cuanto hemos podido contemplar, con una sensación agridulce en los labios, echamos una última mirada desde lo alto de la tapia, ha llegado la hora de despedirnos del lugar, ahora si, ahora es casi seguro que esta será la última vez que nuestros ojos se fijen en las viejas instalaciones, en el arco de la entrada que vemos de soslayo desde donde nos encontramos, en el carcomido barracón donde pasamos tantas noches de soledad rodeados de compañeros y al que no hemos podido acceder pero hemos reconocido en la distancia.
Una lágrima rebelde pugna por salir de nuestros ojos y esta vez si, esta vez no hay razón para contenerla, dejamos que corra suavemente por nuestra mejilla y se deslice hasta la arena, arena tantas veces humedecida por el llanto de cuantos aqui vivieron encontradas sensaciones, de dolor, de felicidad, de amargura ó de alegria.
Esa lagrima y una sencilla oración desde el interior, es lo último que puedo dejar en aquel lugar, me llevo su recuerdo roto, su visión dolorosa, pero estas malas sensaciones, no pueden ni podrán sustituir en mi corazón al de aquellos momentos, en el que joven, rodeado de más jóvenes, viví la mas extraordinaria experiencia de mi vida.”
Fernando J. de la Cuesta Bellver
Sahara 2009
Lo que aqui os relato es un pequeño anticipo del proyecto final que en forma de libro quiero llevar a cabo y que va dedicado a todos los compañeros saharianos que por diversas razones, no pueden tener la oportunidad que a mi se me ha presentado.
Un abrazo.
EL BIR
(Cuarenta años despúes)
“Se acercaba el momento culminante, cerca de la ciudad se encuentra nuestro principal objetivo, nuestro BIR, uno de los motivos, en mi caso creo que el principal, por el que nos íbamos, nos íbamos a meter al cuerpo la friolera de 5000 Kms.
Queríamos verlo con nuestros propios ojos, queríamos comprobar que lo que nos habían contado era verdad, queríamos sentir, oler, escuchar, tocar, queríamos comprobar su degradación, su abandono, su soledad y para ello dimos un rodeo por una carretera nueva que accede a las playas situadas al norte del que fuera nuestro campamento, playas en donde las gentes acomodadas de El Aaiún tiene su segunda residencia.
Ya lo vemos, ya estamos llegando, nuestro corazón se acelera, nuestras piernas flaquean a la hora de descender del coche, ante nosotros una abertura en la tapia nos permite acceder al recinto. Mil sensaciones se agolpan en mi mente, la primera de felicidad, después de 40 años quien me iba a decir que iba a poder estar de nuevo allí, la segunda de amargura, primero por contemplar el estado de las instalaciones, segundo al pensar cuantos de los que aquí estuvieron no tendrán la oportunidad que yo ahora tengo.
La adrenalina empieza a cabalgar desaforadamente, ha llegado el momento de pisar de nuevo aquel lugar, de revivir situaciones pasadas, la mente se traslada a aquel tiempo y pareces esperar que de un momento a otro surja entre las ruinas el auxiliar de turno con su eterna cantinela “tu chaval, ¿se puede saber adonde vas que no estas en la formación?”, pero no es así, nada ni nadie viene a romper el silencio que se fragua alrededor nuestro.
Como si nos hubiéramos puesto previamente de acuerdo, nadie habla, cada uno me imagino que estará atento a sus recuerdos, a sus emociones y un silencio casi religioso nos envuelve. Solamente el ruido de la brisa que nos llega desde la playa levantando la fina arena, arena que lo envuelve todo, que lo atrapa, lo inunda y lo hace desaparecer a nuestros ojos.
Como el patio de armas y las calles entre barracones, todo esta sumergido por el abandono, por la desidia, por el desamparo. Como no recordar ahora las horas y horas en que armados de una caja vacía, nos empleaban en los llamados “servicios de policía”, consistente en no dejar ni un palmo de terreno del recinto sin limpiar.
Por las fotografías y el testimonio de los compañeros que estuvieron de visita en el año 2005, -Viaño, Piqueras, Roig, Blas-, los barracones aunque muy deteriorados, todavía conservaban el recubrimiento de madera exterior, pero ahora ni eso, el grado de degradación, de abandono es tal, que solamente se aprecian los “transistores” que forman sus paredes. Amen del esqueleto metálico sobre el que se asientan. Viejos y herrumbrosos hierros que impúdicamente exhiben al aire su desnudez carcomida por el efecto del agua y el viento.
Con todas las precauciones para no se detectados por la guardia que existe en la entrada, nos internamos entre los barracones abandonados, la cantina nos trae recuerdos inolvidables de tardes de merienda, de botellines de cerveza, de risas, de huevos fritos con patatas, de música en la maquina de discos que allí había, no tenemos por menos que hacernos una fotografía al pie del recordado mostrador.
El compañero Albert Marín tiene la fortuna acercarse al que fuera su barracón y fotografiarse en la que fuera su ventana. Un silencio sepulcral se deja sentir y es en esos momentos cuando entiendo a lo que se refería el compañero Joan Martínez al referirse al antiguo BIR “parece algo fantasmal”, efectivamente tiene algo de fantasmal, de misterioso casi diría que de irreal.
Es cierto que el antiguo campamento parece poblado de fantasmas, fantasmas de los que en su día dejaron aquí lo mejor de su juventud, fantasmas de los que nos han dejado para siempre y no pueden disfrutar de estos momentos de añoranza, fantasmas de tantos y tantos de los que pasaron por sus desvencijadas y abandonadas instalaciones. No se oyen las risas de entonces, no se oyen las órdenes de entonces, solamente el silencio, silencio roto por el batir del viejo y oxidado trozo de hierro que se mueve mecido por la brisa que proviene del cercano Océano.
De esta guisa, emocionados por el momento vivido, frustrados por cuanto hemos podido contemplar, con una sensación agridulce en los labios, echamos una última mirada desde lo alto de la tapia, ha llegado la hora de despedirnos del lugar, ahora si, ahora es casi seguro que esta será la última vez que nuestros ojos se fijen en las viejas instalaciones, en el arco de la entrada que vemos de soslayo desde donde nos encontramos, en el carcomido barracón donde pasamos tantas noches de soledad rodeados de compañeros y al que no hemos podido acceder pero hemos reconocido en la distancia.
Una lágrima rebelde pugna por salir de nuestros ojos y esta vez si, esta vez no hay razón para contenerla, dejamos que corra suavemente por nuestra mejilla y se deslice hasta la arena, arena tantas veces humedecida por el llanto de cuantos aqui vivieron encontradas sensaciones, de dolor, de felicidad, de amargura ó de alegria.
Esa lagrima y una sencilla oración desde el interior, es lo último que puedo dejar en aquel lugar, me llevo su recuerdo roto, su visión dolorosa, pero estas malas sensaciones, no pueden ni podrán sustituir en mi corazón al de aquellos momentos, en el que joven, rodeado de más jóvenes, viví la mas extraordinaria experiencia de mi vida.”
Fernando J. de la Cuesta Bellver
Sahara 2009