Coronel Diego Gil Galindo

Este foro tiene el objetivo dar a conocer el fallecimiento compañeros saharianos.
A través de él podemos expresar nuestros sentimientos de dolor y compartirlo con sus familiares y amigos y a su vez rendirles homenaje de la forma que creamos oprotuna.
El título lo he incluido por la gran aceptación que parece tener esta frase.
Me gustaría no tener que usarlo nunca pero la vida es así.
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Antonio N. Marrero
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Coronel Diego Gil Galindo

Mensaje por Antonio N. Marrero »

Falleció a finales del pasdo mes. Coloqué en otro subforo un artículo de Pérez Reverté dedicado a él.

Este es otro de los varios que hay por Internet:

http://www.saharalibre.es/modules.php?n ... e&sid=1790

En el adiós a Diego Gil Galindo
Enviado el Domingo, 06 enero a las 23:49:40
Tópico: Articulos y Noticias
Articulos y Noticias
Conocí a Diego en Smara en el año 1962, era teniente de la VIII Bandera del III Tercio, yo estaba destinado en el III Escalón de Automóviles, ubicado en el Acuartelamiento del Tercio. Gilillo, López Hijós y yo compartíamos la misma habitación. En los dos años de convivencia nació una gran amistad entre nosotros.


Nos volvimos a ver en El Aaiun, él siguió en el Tercio hasta que ascendió a Capitán y pasó destinado a la Policía Territorial. Fue trasladado a Villa Cisneros, La Güera, y cuando la Marcha verde coincidimos otra vez en El Aaiun él seguía en la Policía, yo estaba destinado en Parque y Talleres de Gobierno (conocido por Cocheras de Gobierno).

Anécdotas: Era un pro saharaui nato. Cuando la cosa empezó a ponerse jodida y se barruntaba la gran traición, en el Casino Nuevo de El Aaiun y estando a mi lado en la barra y antes de empezar a beber gritó un VIVA EL SAHARA LIBRE. Todo el Casino guardó silencio.

Las familias se habían ido a las Palmas o a la Península. Al quedarnos solos algunos Oficiales, después de enviar algunos enseres en la Operación Golondrina, nos agrupábamos en una vivienda aportando todo lo que no merecía la pena enviar, una nevera vieja, sillas alguna mesa, camas etc. y nos organizamos la vida. En la casa de Valero Ramos, que todavía seguía en Guelta nos fuimos a vivir Ramiro Lago, Bravo (Gepeto, ya fallecido) y yo. Gilillo vivía en la residencia de Gobierno pero casi todas las tardes venia a vernos a tomar unas copas y a criticar al Gobierno de Madrid. Recuerdo que una noche nos levantó de la cama y nos dijo que si nos uníamos a la sublevación del Ejercito del Sahara contra la decisión de Madrid de entregar el Sahara. Le preguntamos que quien estaba al mando de la sublevación. Nos dijo que Aramburu Topete. La decisión fue unánime: nos uníamos. Los deseos y su fantasía le desbordaban. Al final nos dijo que venia a darnos la noticia de que el Príncipe llegaba al día siguiente.

Estaba yo en la Oficina de Producción de Cocheras de Gobierno y sonó el teléfono, era Gilillo:

- Tuercas, te van a ir a ver dos saharauis de los que se han licenciado en la Policía, son amigos míos y se van con el POLISARIO. Tienen un Land Rover viejo que necesita una reparación y algo de repuestos.

Les reparé el coche y les di algunos repuestos básicos, bomba de agua, correas de ventilador, ballestas, un radiador, un palier trasero largo y algunas cosas más. Me lo agradecieron con lágrimas en los ojos, nos dimos un fuerte abrazo y…

Afortunadamente la noticia corrió como la pólvora y al día siguiente y durante una semana fueron apareciendo saharauis pidiendo repuestos. Vaciamos el Almacén de Repuestos. Todo legal. en los vales de almacén se ponía la matrícula del coche y en el apartado de Unidad o Servicio se ponía POLISARIO. (Bellos recuerdos)

Más de una vez me dijo (y no eran fantasmadas) que estaba pensando seriamente dejar el ejercito e irse con el POLISARIO. La esposa y los cuatro hijos eran la otra cara de la moneda.

Fabio Chamorro



Este es otro, que también contiene otro artículo de Pérez Reverte:

http://campilloje.blogspot.com/2008/01/ ... el-75.html


07 enero 2008
Aquella Navidad del 75


Arturo Pérez Reverte

Estaba el arriba firmante el otro día en Sevilla, presentando un libro, cuando en mitad del trajín se acercó a la mesa un tipo grande, cincuentón largo, con una portada de ABC vieja de veinte años.
-¿Sabes quienes son éstos?
Miré la foto. Un Land Rover en el desierto, junto a una alambrada. Soldados con turbantes y cetmes. Un militar fornido, en quién reconocí a mi interlocutor. A su lado, un joven flaco con el pelo muy corto, gafas siroqueras, ropa civil y cámaras fotográficas colgadas al cuello. El titular decía: Tropas españolas patrullan la frontera del Sáhara Occidental. Cuando terminó el acto y fui en busca de mi visitante, éste se había ido. Lamenté no poder darle un abrazo. No sé qué graduación tendrá ahora, pero en aquella foto era capitán. Se llamaba Diego Gil Galindo, y durante casi un año compartimos tabaco, arena del desierto y copas en el cabaret de Pepe el Bolígrafo, en El Aaiún, cuando éramos jóvenes y él creía en la bandera y en el honor de las armas, y yo creía los Reyes Magos y en la virginidad de las madres. Y tal día como hoy, víspera de Navidad, hace exactamente veinte años, a Diego Gil Galindo lo vi llorar.
Ahora, con esto de la Transición, y el Centinela de Occidente dos décadas criando malvas, y la peña en plan nostalgia, voy y caigo en la cuenta de que me perdí todo eso. De la muerte del Invicto me enteré tres días después, cuando el grupo de guerrilleros polisarios a quienes acompañaba atacó un convoy marroquí cerca de Mahbes, y entre los efectos personales de los muertos –también les quité el tabaco, y dátiles- había una radio de pilas. Y luego vine aquí una semana, y me fui a Argel el 3 de enero del 76, y de allí al Líbano, que empezaba entonces. Y cuando entre unas cosas y otras regresé a España, resulta que esto era una monarquía y a la gallina de la bandera le habían retorcido el pescuezo. Quizá por eso siempre me sentí un poco al margen de la película.

En realidad, mi transición personal tuvo lugar en el Sáhara aquella víspera de Navidad de 1975, cuando el todavía gobierno Arias Navarro entregó a los saharauis atados de pies y manos a las fuerzas reales marroquíes. Cuando el ejército español abandonó el territorio de puntillas y con la cabeza baja, mientras los soldados indígenas de Territoriales y Nómadas, desarmados y traicionados, vistiendo todavía nuestro uniforme, huían por el desierto hacia Tinduf, para seguir luchando (ese mismo Tinduf al que iría después Felipe González a hacerse fotos polisarias, hasta que fue presidente y le dio el ataque de amnesia).

Esa última noche, víspera de Navidad, cuando el director de mi periódico –PUEBLO- cedió a la presión de Presidencia del Gobierno y me ordenó salir del Sáhara con las tropas españolas, la pasé en el bar de oficiales de un cuartel desmantelado, mientras los archivos ardían en el patio y los soldados del general Dlimi se apoderaban de El Aaiún. Algunos de los militares que me acompañaban ya están muertos. Pero guardo su amistad bronca y generosa, hecha de cielos limpios llenos de estrellas, nomadeando bajo la Cruz del Sur: viento siroco, combates en la frontera, agua de fuego, chicas de cabaret, infiltraciones nocturnas en Marruecos… Sin embargo, lo que en éste momento veo son sus ojos tristes aquella última noche, su amargura de soldados vencidos sin pegar un tiro. Atormentados por su palabra de honor incumplida, por sus tropas indígenas engañadas y por aquella inmensa vergüenza de cómplices pasivos que les hacía inclinar la cabeza. Y también recuerdo la concienzuda borrachera en que nos fuimos sumiendo uno tras otro, y mi desilusión al verlos de pronto tan humanos como yo, infelices peones de la política, víctimas de sus sueños rotos. Compréndanlo: yo tenía veintipocos años y ellos había sido mis héroes.

También me acuerdo de aquella noche que llovió sobre El Aaiún. A veces se oía un tiro aislado hacia Jatarrambla, o los motores de las patrullas marroquíes que llevaban saharauis detenidos. Veo el llanto infantil del teniente coronel López Huerta, la fría y oscura cólera del comandante Labajos, la sombría resignación del capitán Yoyo Sandino. Y recuerdo a Diego Gil Galindo, la enorme espalda contra la pared de la que colgaban trofeos de combates olvidados que ya a nadie importaban, con lágrimas en la cara, mirándome mientras murmuraba: “Qué vergüenza, Niño. Qué vergüenza “

Así fue mi última Navidad en el Sáhara, hace veinte años. La noche que murieron mis héroes, y me hice adulto.

Arturo Pérez Reverte
Publicado el 24 de diciembre de 1995

Este post está dedicado a la memoria del coronel Diego Gil Galindo y a la de todos aquellos militares españoles, que como él, antepusieron su sentido de la disciplina y del deber a sus más íntimos deseos en unos momentos en los que vieron con sus propios ojos una de las mayores ignominias de las que ha sido protagonista nuestra nación; tristemente protagonista.



Saludos cordiales, Antonio N. Marrero
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Manuel Viaño Arca
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Mensaje por Manuel Viaño Arca »

Graciñas ANTONIO: Que magnífico relato, me comentaba un 1º paraca que algunos habia viajado hasta Argelia, para incorporarse a la lucha de los Saharawis y luego los hicieron volver por el puerto de Marsella y tu relato corrobora, como decia el coronel Perote, en un programa del canal Historia, la IGNOMINIA que habeis vivido algunos que os tocó en suerte aquel lugar y aquel momento.

Graciñas
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Antonio N. Marrero
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Mensaje por Antonio N. Marrero »

Paso aquí este mensaje que coloqué en otro lugar:

Paso este mensaje que había colocado en el apartado Anécdotas. Queda mas apropiado en este lugar.

Copio de la revista El Semanal del fin de semana pasado:


Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte


Una foto en la frontera


Guardo entre mis papeles una vieja portada del diario ABC. Se trata de una foto hecha en el Sáhara el 5 de noviembre de 1975, víspera de la Marcha Verde. En la foto, tomada a través de las alambradas de la frontera norte, cerca de Tah, se ve un Land Rover con varios soldados encima. «Miembros de la Policía Territorial del Ejército español patrullan la zona fronteriza», dice el pie. La imagen es un poco borrosa por el efecto del sol en el desierto, y la distancia. En la parte trasera del vehículo, un territorial salta fusil en mano y otro mira a lo lejos, hacia el fotógrafo que, desde el lado marroquí, toma aquella foto con teleobjetivo. Esa portada la conservo porque el soldado que mira hacia las alambradas no es un soldado: soy yo con veintitrés años, vestido con el uniforme que mis amigos de la Territorial me prestaban para que pudiera acompañarlos camuflado en sus patrullas, sin que el cuartel general de El Aaiún, que tenía prohibido a los reporteros el acceso a esa parte de la frontera, se enterase de nada. Pronto supimos que el control de periodistas no era simple rutina. Por órdenes del Gobierno –a Franco le quedaban dos semanas de vida– se había montado aquel paripé fronterizo, los campos de minas y demás, para justificar la entrega del Sáhara a Marruecos. No querían testigos rondando cerca. Algunos lo hicimos, pese a todo, contándolo todo lo mejor que pudimos y nos dejaron. Gracias, entre otras cosas, a aquel uniforme prestado por los territoriales, cuyo elzam –el turbante de tela color arena– todavía conservo treinta y dos años después, cuidadosamente doblado en un cajón.

Hoy quiero hablarles de un tipo corpulento que aparece de espaldas en esa portada del ABC, sentado junto al conductor del Land Rover. Se llamaba Diego Gil Galindo y era capitán de la Policía Territorial del Sáhara. También era uno de mis héroes. Después de algunos problemas que tuve con las autoridades militares locales, que no podían expulsarme pero sí quitarme el alojamiento oficial y otras facilidades operativas, él y sus compañeros me habían adoptado como quien se hace cargo de un perro abandonado. Por ese tiempo vivía clandestinamente en su cuartel, salía de patrulla con ellos y trasmitía mis crónicas a hurtadillas, por el teléfono del bar de oficiales. Todos cuidaron de mí hasta el final, correspondiendo generosos a una estrecha relación fraguada desde el primer día en que, joven reportero del diario Pueblo, aterricé en El Aaiún. Durante nueve meses ellos fueron mis amigos, mis padres y mis hermanos; y a su lealtad debo exclusivas en primera página, experiencias intensas y episodios singulares; alguno de los cuales, fiel a las reglas, no publiqué jamás. Eso incluyó desde incursiones clandestinas en Marruecos –esas playas con marea baja a la luz de la luna– a historias personales, como la noche en que el teniente Albaladejo, un tipo duro de los de toda la vida, le partió la cara a un canario borracho cuando éste quiso apuñalarme en el cabaret El Oasis mientras yo me defendía torpemente, acorralado contra la pared, con una cazadora enrollada en el brazo izquierdo. También incluyó las lágrimas del capitán Gil Galindo –aquel hombretón de casi dos metros lloraba desconsolado, como una criatura– la última vez que recorrimos El Aaiún, entregado a las tropas marroquíes, mientras él repetía, una y otra vez: «Qué vergüenza, gollete –siempre me llamaba gollete, niño, en hassanía–... Qué vergüenza».

Diego Gil Galindo murió hace unos días. Me llamó su hija para decírmelo. Estando en las últimas quiso que telefonearan a sus amigos para desearles Feliz Navidad. Entre ellos incluyó mi nombre, aunque en treinta y dos años sólo habíamos vuelto a vernos una vez, durante apenas cinco minutos de agridulce nostalgia de aquel Sáhara que tanto amamos y que ya no existe. Cuando hace unos días recibí el mensaje, el antiguo capitán de la Territorial ya había muerto. Me contó su hija que supo irse como había vivido: mirando el último salto cara a cara, estoico, sereno, con los redaños donde siempre los tuvo: en su sitio. Que un cura fue a verlo, y al terminar Diego le dijo: «¿Ya estoy listo para irme, padre?», y luego fue a Dios callado y humilde, como buen soldado. Él creía en esas cosas, así que deseo que haya llegado a donde quería: a esa orilla donde sólo llegan los hombres valientes. Espero que ahora esté en el bar de oficiales de allí, apoyado en la barra con los viejos camaradas: López Huertas, Fernando Labajos y los otros. Los muertos y los que morirán. Y que, cuando todos se hayan reunido de nuevo, salgan a nomadear por la Eternidad, bajo la Cruz del Sur, recorriendo los grandes desiertos sin fronteras. Ojalá también esta vez me reserven un elzam, una manta y un sitio en el Land Rover.

http://www.xlsemanal.com/web/firma.php? ... firma=5290


Saludos cordiales, Antonio N. Marrero
José Marín Díaz
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El capitán Galindo.

Mensaje por José Marín Díaz »

Al igual que el amigo Viaño, quiero dar las gracias a Antonio N. Marrero, por haber traído estos artículos de Pérez Reverte.
Por los últimos días de mí estancia allí, fue cuando vi con más asiduidad al capitán Galindo, ya que había regresado definitivamente a El Aaiún, desde su destino en el interior. Algunos compañeros de los que estuvieron bajo su mando, me contaron que era todo un “padrazo” para ellos. Y término comentando, como mis jefes pasaron en unos pocos meses; de una alegría y energía en todas sus acciones, a una profunda tristeza en sus miradas. Era muy evidente, que ninguno quería marcharse de aquella forma.
Honor y Gloria para estos caballeros, que dejaron una profunda huella en mí sentir. Y si ellos me lo permiten, cuando me llegue la hora yo también quiero volver a patrullar con estos hombres, por aquellos desiertos infinitos. (Q-E-P-D). Todos.
José PT 74-75.
Antonio N. Marrero
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Registrado: 27 Jun 2006 09:57

Mensaje por Antonio N. Marrero »

Estimado José, en otro subforo, al lado de este, abrí uno titulado "Recuerdo de los que se fueron". Hay un enlace a un pdf en que aparecen los originales de estos artículos de Perez Reverte e incluso algunas fotos con el López de Viguri, Lopez Huerta y Fernando Labajos en el acto de ascenso de dos saharauis de la PT. Una lástima que no la haya de Diego Gil Galindo.

Saludos cordiales, Antonio N. Marrero
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