El día d17 de Diciembre e 1969 (miércoles) amaneció soleado, como el 95% de los días en los catorce meses justos que llevaba de estancia en el Sahara, todos ellos de forma continuada, sin permiso por medio que aliviara el período de servicio militar, pero con la recompensa de poder estar en casa, con la familia y con los amigos en cuestión de pocos días, antes de Navidad. Novia, había tenido, pero la relación se rompió cinco meses antes de marchar al Sahara, y aunque estuve tentado de iniciar otra un mes antes de marcharme, me dió un ataque de sensatez, y me dije que ya habría tiempo a la vuelta para iniciar una relación sentimental en las debidas condiciones. Que por cierto no fue con esa chica.
Ya han pasado 42 años y todavía recuerdo ese día, tan ansiado, tan esperado, y sin embargo, llegaba a él con una sensación inexplicable, incapaz de mostrar una euforia desmedida, así como tampoco tenía una sensación de tristeza por abandonar un lugar en el que había compartido tantas cosas con compañeros y jefes de mi Unidad, la Red Permanente, 6ª de Radio.
Es realmente comprensible esta sensación de espera o de anhelo en todos los órdenes de la vida, que va alimentando nuestro espíritu en recreación anticipada en como será ese acontecimiento tan esperado, y mas adelante, una vez llegado el día, sucede que ha sido mas el tiempo empleado en imaginar cada momento de ese día, que el disfrute real una vez llegado, que hemos vivido con un comportamiento dentro de la normalidad, muy distinto del que estuvimos anticipando tantas y tantas noches de nostalgia. Nada de saltos mortales por el patio de la Red, nada de cogorzas hasta caernos de la cama, nada extraordinario. Si acaso mucha cautela, pues uno de mis compañeros, por unos problemas derivados del consumo incontrolado de alcohol y bastante irresponsabilidad por su parte sufrió un arresto que le impidió regresar al mismo tiempo que nosotros, y quedó allí, en unos calabozos de Artillería, a donde fuimos a despedirnos de él y darle ánimos, dentro de lo posible. De hecho no se cuanto tiempo estuvo, o si lo supe, ya lo he olvidado, pero me parece que se hablaba de uno o dos meses de arresto.
Los compañeros de mi llamamiento eran ocho, si no me falla la memoria, que todo puede ser.
Dos de Valencia de Álcántara (Cáceres) de nombre Angel y Serapio, otros dos de Córdoba, otro de Cádiz, “el prisionero” al que he aludido antes, y de los que no recuerdo el nombre, Jose María, de Palencia, Fernando, de Requena (Valencia), y Jose Manuel, de Sevilla.
Salvo este último, que debía de quedarse cuarenta días mas por haber disfrutado en el verano de ese año de un permiso de la misma duración en la Península, y el “prisionero “ de Cádiz, éste por causas ajenas a su voluntad, pero también por su mala cabeza, todos los demás estábamos prestos a salir a mediados de Diciembre, y poco a poco, comenzamos a abandonar el territorio, con la casualidad de ser yo el último en coger el avión, ya que los demás lo hicieron durante los días 15 y 16. Habían apurado mucho con los días en la reserva de billetes, pues la orden de permiso indefinido no llegó hasta el día 13 de Diciembre, y tal vez por eso, yo había preferido demorar algún día la salida, no fuera que algún retraso de la Administración Militar en dictar la orden nos obligara a la anulación y cambio de billetes, que en aquellas fechas, próximas a la Navidad era materia complicada, pues no había mas vuelos que el de Iberia y no mas de uno al día.
Así que alli estaba yo, despidiéndome de todos, sin saber que decir ya, pues los días anteriores ya habían sido vísperas de lo que venía, al entregar la ropa militar, volver a vestir de paisano, pasear por El Aaiun sin tener que levantar la mano a la altura de la frente si te cruzabas con Suboficial u Oficial….vuelvo a reproducir mentalmente esos días y no encuentro palabras para describir con exactitud los sentimientos que podía tener en aquellos momentos, momentos tan esperados desde hacía tanto tiempo. Lo que si detectaba, entre los compañeros que se quedaban era un sentimiento de tristeza y envidia sana, como el que yo había podido sentir en despedidas anteriores de otros compañeros de llamamientos anteriores, y trataba de decirles que nuestra salida era la mejor señal de que el tiempo no se detenía, y que pronto estaría lista otra terna de soldados pare regresar a sus hogares.
La última despedida personal fue con el Capitán, y tampoco supe que decir exactamente, o no le dije nada de lo que posiblemente hubiera podido prepararme, así que él habló mas que yo, en un pequeño discurso que no era sino reproducción de los muchos que debería haber hecho a lo largo de su carrera.
Y rumbo al aeropuerto. A las 11,45 salía el avión con rumbo a Las Palmas, pues pensaba hacer una pequeña escala en Canarias de tres días, para aprovechar el viaje de vuelta, que a saber cuando volvería por aquellas latitudes.
Y una vez en el aeropuerto, mis pensamientos anteriores se sustituyeron por el nerviosismo o temor ante el hecho de viajar en avión por primera vez en mi vida, cuestión que sin saber por que, me inquietaba bastante. De hecho, a lo largo de mi vida habré cogido mas de 200 vuelos, y solo a partir de cumplir los 55 años empecé a estar tranquilo dentro de esos aparatos. Pero en aquel momento, ese vuelo me resultaba imprescindible para dar por finalizada la estancia en el territorio.
Subimos al avión, un Fokker de turbohélice, pequeñito, de unas 40 plazas, y me sorprendió por inesperado el ruido de motores que se sentía en el interior del aparato, en las maniobras de aproximación a pista y despegue, sin tampoco tener claro cuando empezaba el despegue en sí, hasta que noté una aceleración mas rápida que las anteriores, y para arriba.
Una hora mas tarde, ya estaba tomando una cerveza en el aeropuerto de Gando con uno de los compañeros de Red Permanente, que cogía un vuelo a la Península, tras haber hecho lo mismo que yo, esto es, haberse reservado un par de días para conocer Las Palmas ya de civil.
Y esa fue mi mañana del día 17 de Diciembre de 1969. Como se puede comprobar, tengo coartada para saber donde estaba.